Seis meses de la guerra de Israel

Mónica Nombela

DEL DERECHO Y DEL REVÉS / OPINIÓN

“No hay camino para la paz, la paz es el camino”, dijo el líder espiritual indio Mahatma Gandhi en el siglo pasado. Sin embargo, ese camino aparece hoy día sembrado de muerte por las guerras que asolan el planeta, dejando miles de cadáveres, desplazados, huérfanos, personas sin hogar, y hambre y desolación por todas partes. Además de la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, de la que se acaban de cumplir seis meses y que acumula miles de muertos, y de la invasión rusa de Ucrania, que ya lleva dos largos años, en este momento se viven conflictos armados a gran escala en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria. Países que nos suenan tan lejanos y que nos importan, en el fondo, tan poco -y perdonen la franqueza-, que apenas les prestamos atención durante unos segundos en los telediarios. Y hasta cambiamos de canal para que no perturben nuestra cena con sus miserias. 

Probablemente el hecho de haber estado paseando por las calles de la ciudad vieja de Jerusalén hace tan solo cuatro años -que parecen cuatro décadas, a juzgar por las imágenes que vienen de allá-, y de haber vivido el buen ambiente que se respiraba en sus calles por aquel entonces, hace que se me encoja del todo el corazón con el tema de la guerra de Israel. De hecho, es un lugar bellísimo y un crisol de culturas, monumental, que respira historia en cada centímetro, al que tenía y sigo teniendo la ilusión de llevar a mi madre y mis hijos. Ella dice que ya no podremos ir, yo espero que esté equivocada, pero es cierto que por pronto que termine el conflicto pasará mucho tiempo hasta que la normalidad vuelva a sus calles y las terribles heridas causadas por la guerra se restañen. 

La semana pasada el ejército de Israel atacó a los fieles palestinos que se encontraban en el recinto de la mezquita de Al-Aqsa de la Jerusalén ocupada, durante las oraciones del último viernes de Ramadán. Aquí ya no se respeta nada, ni que la gente esté rezando, aunque sea una de las actividades más pacíficas que pueda realizar una persona. Se está atentando de manera indiscriminada contra la población civil, con una crueldad bestial. La Organización de Cooperación Islámica (OCI) consideró que las restricciones y los ataques contra palestinos musulmanes constituyen violaciones de los derechos humanos por parte de la fuerza ocupante israelí. Lo suscribo.

La semana pasada, entre otras cosas, fue atacado un equipo de ayuda humanitaria de la organización que lidera el chef español José Andrés, World Central Kitchen, pese a que hubiera sido acordado con el ejército israelí el envío y estuviera debidamente señalizado. Fallecieron siete cooperantes. El coordinador en materia humanitaria para los Territorios Palestinos Ocupados de la ONU señaló que “no se trata de un incidente aislado”, y añadió que 196 trabajadores humanitarios han sido asesinados desde octubre, de ellos 176 de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, la mayor agencia humanitaria en toda la Franja de Gaza. Me pregunto si la ONU no podría hacer algo más, aparte de pronunciar vacuas declaraciones de condena, con las que los israelíes hacen pajaritas de papel. 

Ante esta situación, ¿qué podemos hacer? ¿Hay algo que esté en nuestra mano? En primer lugar, podemos tratar de mantenernos informados de lo que pasa. En segundo lugar, mostrar nuestra repulsa siempre que sea posible. En tercer lugar, emprender acciones decididas por la paz, siquiera sea a pequeña escala. En este sentido, el otro día mi querido amigo Manuel Desantes, ayudante de su fiel Don Biblio y la “Biblioteca de los libros felices” ofrecieron un precioso concierto, Alicante por la paz, que fue magistralmente ejecutado por la orquesta de cámara Virtuós Mediterrani. Desantes aboga por que defendamos la paz y me ha convencido. Estoy con él en que la sociedad civil tiene también una responsabilidad con la que cumplir, que es defender que se acaben las guerras. Es trabajo de todos nosotros, de la ciudadanía, manifestarnos a favor del fin de los conflictos armados, que no sirven sino para alimentar una industria que vergüenza nos debería dar que existiera, y los intereses espurios de gente desalmada, ambiciosa y mala, a la que no le importa que mueran niños, jóvenes, ancianos. Las personas sensatas somos muchos más, ya es hora de que nos demos cuenta y actuemos en consecuencia, arrinconando y neutralizando a estos miserables que quieren asolar nuestro mundo.