Nos gobierna el sepulturero, no el médico

Leopoldo Bernabeu
Es difícil defender esta realidad en los enturbiados entornos en los que nos movemos últimamente. Aun así voy a seguir defendiendo que las opiniones mayoritarias no son necesariamente las más acertadas, son simplemente, mayoritarias. ¿Podríamos hoy aplicar este principio a cualquier conversación que gire en torno a las mujeres, los gais o los inmigrantes?. Atreverse a decir una sola palabra que se salga de lo estrictamente diseñado por esa moral que nos invade haciéndonos creer que vivimos en un mundo cada vez más libre, es proporcional a complicarse la vida de manera gratuita. Ahí estriba uno de nuestros grandes errores, haber dejado pasar el tiempo sumergidos en una comodidad que nos acerca al precipicio intelectual, primer paso hacia un oscuro precipicio con sombrío invierno de final impredecible, aunque con antecedentes bien señalizados en nuestro cercano pasado. 
La historia de Europa nos ha enseñado, a sangre y fuego, como decisiones impecablemente democráticas abrieron las puertas a la negación misma de la democracia y al más oscuro totalitarismo. Tenemos dos claros ejemplos con el nacionalsocialista partido de Hitler o el fascista republicano partido del socialista Mussolini, llegando ambos al poder elegidos por las urnas. Nos hemos acostumbrado a constatar cómo el refrendo de la mayoría ampara falsas soluciones que encubren la difícil naturaleza de los problemas políticos. Algunos tan trastocados que han convertido en infalible leyenda que Hitler y Mussolini eran dos dictadores de derechas. No hay mayor ciego que el que no quiere ver.
Insisto que decir esto puede resultar perjudicial para quien se atreva. Soy un convencido de que está en cada uno de nosotros no perder la valentía de seguir defendiendo lo que creemos, los   valores correctos de una convivencia en paz que no se nos ha legado gracias al esfuerzo de generaciones que lucharon y mucho, para que las podamos disfrutarla sin dilapidarla por culpa de nuestra vaguería intelectual. Amaestrar y amansar a las masas bajo falsos parámetros que permiten la subsistencia sin necesidad de esfuerzo, es plantar la semilla del cercano analfabetismo, ramificado después en una pubertad desanimada y una juventud estéril y conforme con el subsidio que calma la sed, pero esclaviza de por vida. 
De aquellos lodos a estos fangos, y tenemos el resultado que salta a la luz, una insólita y sorprendente cantidad de españoles que, ciegos y sordos ante los despropósitos políticos que han cabalgado a nuestro alrededor durante los últimos cinco años, y que coartan, pasito a pasito, nuestra libertad de acción y pensamiento, nos conducen a creer que las opiniones mayoritariamente extendidas, previa contribución de unos medios de comunicación bien amamantados, son los que necesariamente han de conllevar la razón. Perder la capacidad de autoestima, la autonomía intelectual, no discernir sobre la opinión que nos enlatan y rebelarnos, como se ha hecho siempre ante lo que sabemos no es correcto, pero callamos por el que dirán, contribuye al embrutecimiento de la sociedad de manera muy alarmante. A los hechos me remito.
Resulta desquiciante certificar como en la totalidad de las autonomías que gobierna el PP desde hace escasos meses, ya han desaparecido los insultantes impuestos al Patrimonio y Sucesiones, que obligaban a familias a tener que desprenderse de las herencias de sus padres por falta de liquidez, mientras vemos a la crecida izquierda descabalgada por los asfixiados ciudadanos, como avisa de que se está actuando en dirección contraria. Ver para creer. Claro, contraria a los intereses de un sistema político que aboga por la confiscación, en contra de ese otro que reduce impuestos otorgando al ciudadano libertad para decidir dónde quiere gastar su propio dinero.
En una sociedad en su sano juicio, no se discutiría sobre estos asuntos de perogrullo. ¿Quién va a querer pagar más impuestos pudiendo pagar menos?, nadie. Entonces, ¿porque sigue habiendo tanta gente que vota a los que confiscan y asaltan nuestros bolsillos?. La clave está en la educación. Ahí es donde primero hay que actuar. Recuperar la cultura del esfuerzo como siempre se hizo hasta la llegada de estos ganapanes que se erigen en dueños de todo, interfiriendo hasta en las decisiones entre padres e hijos. Enseñar a las siguientes generaciones que la formación conduce al conocimiento y de ahí a la propia capacidad para disfrutar de una vida plena. Lo contrario es la sumisión a la que somete el analfabetismo que los gobiernos de izquierda están encantados de llevar a cabo, controlar a través de la subvención, desmotivar el emprendimiento y conseguir que nos encontremos en una situación tan surrealista como la actual, en la que el 70% de las pymes no hallan empleados pese a tener casi 3 millones de parados. Se vive mejor con la paguita y el extraperlo.
Sabemos que el país está enfermo, conocemos el diagnóstico y sabemos cual es la medicina. El problema es que gobierna el sepulturero y no el médico. La sociedad está tan zombi, tiene tan asumido su propio síndrome de Estocolmo, que ha vuelto a premiar a quien la maltrata. Todo recibe su explicación cuando en lugar de formación a los jóvenes les hemos dado redes sociales.
Conocer que gracias a una nefasta ley ya son 1.205 los reos que han visto sus penas reducidas por delitos sexuales, y que haya quien todavía es capaz de defender a quienes la pusieron en marcha diciendo bien alto, que España tiene en Irene Montero a la mejor ministra de asuntos sociales que España ha tenido jamás, es la metástasis de un cáncer que no tiene cura. Estamos muy enfermos, pero mucho.