EL PUEBLO DE ALICANTE QUE SEDUCE CON SUS CALLES EMPEDRADAS, CASAS ENCALADAS Y VISTAS MARINAS

Meritxell Batlle Cardona

Redactora de Viajes National Geographic

Aunque a su manera, Altea sigue siendo lo que fue. Con sus callejuelas empedradas y sus casas blancas engalanadas con la algarabía cromática de geranios, jazmines y buganvillas, no ha abandonado la esencia de pueblo mediterráneo. Una postal que le ha valido el sobrenombre de ‘la cúpula del Mediterráneo’ pero que, más allá de ser un reclamo turístico de Alicante, reivindica su belleza, legado cultural e historia.

Aunque a su manera, Altea sigue siendo lo que fue. Con sus callejuelas empedradas y sus casas blancas engalanadas con la algarabía cromática de geranios, jazmines y buganvillas, no ha abandonado la esencia de pueblo mediterráneo. Una postal que le ha valido el sobrenombre de ‘la cúpula del Mediterráneo’ pero que, más allá de ser un reclamo turístico de Alicante, reivindica su belleza, legado cultural e historia.

Este legado cultural bebe de su pasado íbero, romano, musulmán y cristiano, visible en sus museos, monumentos y barrios. Los períodos íbero y romano dejaron asentamientos en los alrededores de la localidad, pero fue durante la época musulmana, en la que esta localidad alicantina perteneció a la taifa de Denia, cuando se asentaron las bases de lo que hoy es Altea. Su casco antiguo, conocido como el Fornet, revela esta herencia morisca que la ha acercado al mar y ha llenado sus fachadas de azulejos. Los vecinos todavía llaman al mirador de la plaza "la muralla", de la que permanecen la Torre de Galera y la de Bellaguarda y los accesos de del Portal Nou y del Portal Vell.

MUCHO MÁS QUE UNA CÚPULA

Subiendo por la calle Major, sin saber cómo, uno se topa con el primer peldaño de la escalera de la iglesia, toda embaldosada de una piedra negruzca que conduce hasta Nuestra Señora del Consuelo. Es aquí donde el emblema alteano por excelencia de 'la cúpula del Mediterráneo' adquiere especial relevancia gracias a las baldosas color azul marino que recubren las dos cúpulas de la iglesia y que atrapan todas las miradas. Aunque podría decirse que en Altea hay otra cúpula: el promontorio en el que reposa frente al Mediterráneo. Precisamente, se cree que su nombre bien procede del árabe ‘attalaya’, haciendo referencia a su posición elevada, bien del griego ‘Althaia’, que significa ‘curar’.

Asentada sobre las bases de una antigua parroquia, a inicios del siglo XVII se construyó un templo de una sola nave con capillas laterales. A causa del deterioro, tuvo que cerrarse al culto y, como respuesta, se decidió construir una capilla que acabaría formando parte de la Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo y sirviendo de modelo para su restauración gracias a las pilastras, capiteles corintios compuestos, arquitrabes y frisos de su interior. El año 1901 se inició la demolición del antiguo templo y se erigió la nueva iglesia en una única nave cubierta por bóveda, con contrafuertes internos y capillas laterales.

La planta se diseñó para hacer coincidir el crucero con el eje de la ya existente capilla, que se convirtió en la Capilla de la Comunión de la nueva iglesia. Esta se caracteriza por la forma poligonal del ábside con deambulatorio y sin capillas abierta. A grandes rasgos, estilísticamente se inscribe en un cierto eclecticismo, con unas partes neogóticas y otras academicistas, e incluso guiños modernistas en la cerámica de la cubierta, las figuras con forma de dragón y los caballetes en forma de espina dorsal. Por lo que respecta al exterior, la fachada de mampostería resalta sobre el blanco de las casas y el azul de las cúpulas.

Junto a Nuestra Señora del Consuelo se encuentra el Mirador de la Plaza de la Iglesia, uno de los tantos con los que cuenta la localidad y desde donde la vista alcanza los altos edificios de la vecina Benidorm. En Altea, en cada balconada hay un mirador en el que detenerse y desde donde se alcanzan a ver las sierras de Aitania, de Bèrnia y el Puigcampana a un lado, y la Punta de l’Albir, el Morró de Toix y el Penyal d’Ifac envolviendo la bahía. Es en estos miradores donde el graznar de las gaviotas, acompañadas fielmente por unos barcos que duermen en el puerto y otros que, desvelados en la lejanía, recuerdan que este pueblo alicantino una vez fue de pescadores y de labradores.

De hecho, hasta hace poco, la calle del Sol todavía olía a pescado y a saladura, y de las puertas colgaban cortinas negras, indicando que se estaba en el barrio marinero. Hoy, la pequeña calle del Pescadors que en su día fue arteria principal, es una de las zonas más preciadas por su ubicación. Lo mismo ocurre con las turísticas calles del Mar y de Sant Pere, donde no hace mucho se tejían las redes que los marineros llevaban en sus barcas y colgaban en sus casas. Desde ambas se accede al puerto, a la cofradía y a la lonja de pescadores, donde cada tarde llegan los barcos y se subastan los peces que se servirán en los numerosos restaurantes y bares de la localidad alicantina. 

LOS SABORES DE ALTEA

Los años de tradición pesquera han dejado una gastronomía en la que el pescado y el marisco son los protagonistas junto a las hortalizas. Como no podría ser de otra manera, los arroces ocupan gran parte del recetario alteano con el arroz con alubias y pulpo o cebolla y bacalao y la paella, desde mixta hasta de boquerón, pasando por el arroz caldoso y de bogavante. Aparte de estos, Altea también cuenta en su recetario con las tradicionales cocas a la llumà, término que viene dado por la caña que se encendía al lado de la coca una vez en el horno y que le daba un toque dorado. Actualmente, todos los jueves pueden adquirirse en las panaderías de la localidad, así como los días de fiestas locales. Junto a estas, también destaca la coca farcida, rellena de pisto, y los bollos de bleda o de farina de dacsa, empanadas fritas rellenas de espinacas, anchoa o morcilla.

La riqueza gastronómica de la Costa Blanca salpica a Altea con numerosos restaurantes para darle un gusto al paladar. Uno de los restaurantes más reconocidos es Oustau, recomendado por la Guía Michelin por su sabrosa cocina de base francesa y corazón mediterráneo. Con un aire más transgresor se alza Xef Pirata, un lugar de tapeo de autora consolidado por su producto de mercado. Ca Joan, un clásico de carnes a la brasa, o La Costera, con su alta cocina en un ambiente íntimo y relajado, también prometen buenas experiencias. Para quienes quieran disfrutar de cocina marinera a pie de playa, nada mejor que El Cranc Chiringuito, y los que se decanten por delicias italianas, In Bocca al Lupo siempre será una buena elección.

Junto a los restaurantes y bares, varias tiendas de artesanías advierten de la influencia artística de Altea que, con un entorno más que seductor, ha atraído a artistas desde hace años hasta convertirse en el gran atelier que es ahora. De hecho, en los bajos, varios talleres y estudios se abren a la calle para impregnarla de un aire bohemio, mientras que en cada local, tienda e incluso balcón, los cuadros y las artesanías se exponen como si de un museo al aire libre se tratara. Además, en lo alto del casco histórico, un antiguo liceo alberga la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández. Allí se encuentra el Palau Altea, donde la cultura rebosa por los cuatro costados con exposiciones y obras de teatro, danza y ópera. 

Altea cuenta con varias galerías de arte y museos, entre los que se encuentra el de la Fiesta de Moros y Cristianos o el de Rocafort del automóvil. También son diversas las rutas que permiten conocer el legado cultural del casco histórico de Altea partiendo del Portal Nou, del Raval Mariner, de la Plaza del Convento o del Baluarte y Recinto Renacentista, que fue declarado Bien de Interés Cultural en 2013 y conserva el trazado fundacional de 1617. Además, en los alrededores se encuentran las ruinas íberas y romanas y varias ermitas que aúnan cultura y naturaleza en una misma ruta.

UN PASEO POR LOS ALREDEDORES DE ALTEA

A unos 3,5 km del núcleo urbano asoma Altea la Vella, una pequeña pedanía que fue el origen de la actual Altea. Su centro histórico de callejuelas empedradas y casas blancas guarda la Parroquia de Santa Anna. Cada 26 de julio, Altea la Vella sale a la calle para celebrar a su patrona, festividad que se suma a las fiestas de Crist de la Salut y de Santa Bárbara. El Camí Font del Garroferet lleva hasta la necrópolis ibérica, donde se halló una estela funeraria de un guerrero de los siglos VI-V a. C., hoy exhibida en la biblioteca de Altea.

Camino a Altea Hills se erigen cinco cúpulas doradas que advierten de la presencia de una arquitectura que no quiere pasar desapercibida. Es la del Templo del Arcángel Miguel, una iglesia ortodoxa rusa que puede presumir de ser la primera del estado español (aunque sí que había espacios de culto, habían sido reconvertidos). Con el fin de la Guerra Fría, los pueblos costeros del norte de Alicante se hicieron populares entre la población rusa, pero no fue hasta 2007 que estos tuvieron un espacio de retiro y adoración, cuando un empresario ruso decidió construir el templo.

A su paso por Altea y como si fuera una luna, el litoral se extiende con la playa de Roda a los pies del mismo pueblo, una de las más grandes de Altea, colindante con la de l'Espigó, que nació hace escasos años como consecuencia de la reestructuración del casco urbano. Ambas, junto a Cap Blanch, cuentan con la Bandera Azul. Más alejadas del casco urbano e ideales para practicar submarinismo y deportes acuáticos, se encuentran la playa del Cap Negret, de guijarros negruzcos, que colinda con el río Algar a un lado y la cala del Soio al otro, la playa de l'Olla y la de la Solsida, donde se puede practicar nudismo.