“Sweet” Carolina, “bitter” Peleteiro y los demás

Saz Planelles

A España entera se le encogió el corazón cuando vimos a Carolina Marín llorar desconsolada cuando se rompió la rodilla. A España entera se le torció una rodilla. Llorar de rabia porque tenía ilusión de ganar una medalla para España. Hoy, España entera muestra su apoyo a una deportista ejemplar, sólo Deportista, con mayúscula, que ha puesto un deporte minoritario como el bádminton español en lo más alto del panorama deportivo mundial y en el imaginario colectivo de los españoles. Carolina Marín une a los españoles haciéndose respetar por su trayectoria deportiva y su humildad.

Como ya hicieron en su día Manolo Santana, Severiano Ballesteros, Paquito Fernández Ochoa, Angel Nieto y otros…, la dulce Carolina es la precursora del bádminton en nuestro país. Si somos en estos momentos una potencia en algunos deportes es gracias a los pioneros, a deportistas, sólo deportistas, que con su esfuerzo y dedicación abrieron la puerta y mostraron el camino a los ahora campeones y medallistas.

En aquella época, durante el franquismo, el Régimen se apropiaba de los triunfos de los deportistas para blanquear una dictadura y sacar pecho en Europa y en el mundo desde una España aislada política y económicamente. No le bastaba con el Real Madrid.

En la actualidad, el sanchismo y movimientos afines, emulando al franquismo, intentan apropiarse de los éxitos del deporte español para blanquear a otro dictador, en este caso  egocéntrico, psicópata y narcisista.

El movimiento feminista, preferentemente de izquierda, y el lobby LGTBI se apropiaron del triunfo mundial de las chicas del fútbol, instrumentalizándolas hasta el punto de poner el foco en el beso robado de Rubiales, que era lo que les interesaba, dejando en un segundo plano el éxito deportivo. Ellas, las jugadoras, se dejaron hacer.

La izquierda lo intentó de nuevo recientemente con la selección masculina de fútbol que ganó el Europeo, pero no lo consiguieron. Entre otras cosas, porque los futbolistas de élite, casi todos, tienen los suficientes millones de euros para ciscarse dónde y cuando quieran. Tuvieron que conformarse intentando capitalizar el éxito deportivo tirando de los clásicos mantras del racismo, segregando a los futbolistas de color de la selección. Lo extraordinaria que es la integración multicultural, que gracias a ello se ha ganado el Europeo, decían. Intentaron que tanto Nico Williams como Lamine Yamal fueron sus estandartes. Tampoco lo consiguieron y tiraron por elevación para utilizar a los padres de los futbolistas. Los chicos, de momento, tampoco han caído en el juego y se mantienen al margen de demagogias y politiquillas de salón alimentadas por los medios de comunicación cebados por el sanchismo. Además, los hijos no pueden elegir a los padres. Yamal no es responsable de su padre, el único que se significó políticamente. Pero eso fue antes de que su hijo diera el campanazo.

Y llegaron las olimpíadas woke al rescate. El insaciable sanchismo se apresuró a intentar apadrinar deportistas a favor de obra. Ana Peleteiro se convirtió en su paradigma. Y cuando la parlanchina gallega quedó sexta en su especialidad, media España se alegró y la otra media se rasgó las vestiduras. La chica de oro de la izquierda española, luchadora contra el racismo y paradigma del woke no alcanzó los objetivos. A diferencia de lo ocurrido con Carolina, las redes sociales se llenaron de comentarios y memes. “Que necesitaba una cura de humildad”, “quedó sexta, como su cadena de televisión favorita”, “si entrenase lo mismo que habla, sería campeona universal”, “quien siembra vientos, recoge tempestades”, “que se avergüenza de España porque tapa su nombre en la camiseta”, “que se pone hasta el culo de grelos y cachelos y no puede despegar del suelo…” La Peleterio es el ejemplo de lo que nunca debe hacer un deportista, que con sus declaraciones racistas se enfrenta a media España. Sí, he dicho racista. Porque entre las personas negras existe mucho racismo contra los blancos. Black Power. Y Peleteiro tiene el problema de que no está conforme con el color de su piel. Se odia a sí misma. Nos recuerda día sí y día también a toda España que es negra, como si esa media España tuviera que ir a GAES o al oftalmólogo urgentemente. La señora Peleteiro está viviendo en el siglo y en la época equivocada. Parece más una activista de Martin Luther King de mediados del siglo XX que una deportista de un país moderno del siglo XXI como España, donde el color de la piel de sus deportistas les importa una higa a la mayoría de sus habitantes.

Peleteiro no es, no ha sido ni será la única atleta española negra. Aunque se crea que es la pionera. Pero sí es la primera en fomentar el racismo contra los blancos como forma de protesta contra su disconformidad con ella misma.

Recuerdo a Niurka Montalvo, por ejemplo, también atleta saltadora (y negra sin complejos) que tuvo que sortear las trabas del régimen comunista de su país de origen, Cuba, para representar a España con honor y con triunfos al mismo nivel que la Peleteiro. Niurka siempre fue respetuosa y comedida. Acabó siendo secretaria autonómica de Deportes con un gobierno del PP en la Comunidad Valenciana. Pero eso fue después de retirarse. Y sin previa diarrea verborreica dialéctica durante su carrera deportiva.

El espíritu deportivo y olímpico debe estar por encima de la política. Espíritu encarnado por el español Iván Fernández, que dejó ganar a un negro (sí, a un negro) en una prueba de cross en Navarra porque su oponente se equivocó en la línea de meta. O esa china, He Binjiao, ayer en el podio de bádminton de París reconociendo con un pin con la bandera de España que la medalla que estaba recibiendo debía ser de Carolina Marín.

Los deportistas que compiten y representan a un país no pueden dividir, sino unir. Los ejemplos: Rafa Nadal y Pau Gasol. Dos deportistas queridos, respetados que sólo se dedicaron al deporte. Y eso que ambos fueron objetivo de políticos sin escrúpulos e interesados que intentaron adscribirlos a su manada. Sobre todo Gasol, catalán y habiendo jugado en el Barça, que es más que un club. Lo dicen ellos, no yo.