Solteros impenitentes

Mónica Nombela Olmo

He experimentado un gran alivio al comprobar que la RAE se va modernizando, aunque vaya a un ritmo muy lento, como corresponde a una institución de su solera, pompa y circunstancia. Alguien me corrigió el otro día cuando dije que yo estaba soltera. “Soltera, no, divorciada”, me dijo, como si supiera más de mí que yo misma. Yo insistía en que no, porque me niego a pensar que mi situación vital se pueda definir por lo que no soy, es decir, por haber dejado de estar casada con quien lo estuve. Soltera es la persona que no está casada, simple y llanamente y, como lo dice la RAE, yo me quedo ya mucho más tranquila.

El hecho de estar soltera puede dar lugar a ser el blanco de las conversaciones cuando no se sabe de qué hablar. Sucedió hace unos días en una cena aparentemente amistosa (lo fue, de hecho), sin ir más lejos. Alguien a quien quiero como a un hermano, y que es muy incisivo en sus comentarios, me lanzó la pregunta, nada inocente, por otra parte, de “¿cuándo te vas a echar novio?”. Yo, de natural guasón y sólo por hacerme la graciosa, dije que estaba abierto el casting. Al momento salió a la palestra un espontáneo, un señor estupendo que preguntó si se podía presentar. ¡Madre del amor hermoso!, que yo no me quería meter en este berenjenal. Canas aparte, el caballero era muy piadoso, gracias y lo siento, no hay caso. El tema es que yo estoy divinamente viendo los toros desde la barrera, por más que alguna bruja deslenguada me quiera achacar amoríos varios, con uno que toca un instrumento ridículo —me encanta la música, pero tengo mis límites— , con otro que es el marido de una de mis íntimas —ridículo, porque hombres hay muchos, pero amigas pocas y esto es sagrado—, o con un señor de cabello tan largo como larga tiene la lengua —por favor, que somos amigos y residentes en Alicante—, ¡ya está bien! Que no, que estoy en paro, en el dique seco, y tan a gusto. Que no sé porqué esta manía de ennoviar a los demás, parece como si los casados quisieran compartir sus basurillas con los que estamos tan felices en nuestra paz interior, haciendo lo que nos da la real gana.

Estábamos en éstas en la cena, sin haber terminado de salir airosa de lo del admirador por sorpresa, cuando saltó la señora presidenta de ésta, nuestra Asociación, de la que formo parte felizmente como Colaboradora desde hace unos días —o, al menos, eso dicen, aunque la querida Marisa Ayesta está reteniendo mi carnet en contra de su voluntad— , y ya sabrán cómo se las gasta. ¡Cuerpo a tierra! La “presi” me pidió que relatara la lista de “atributos” de los futuribles candidatos a señor de Nombela —así, dicho sin paños calientes— y de la que, ingenuamente, deslicé algún que otro detalle. La lista de candidatos, que está bajo llave en una caja fuerte, no funciona ni con rituales de amor ni con nada de nada. Vamos, que es una auténtica pérdida de tiempo. Doña Rosalía me nombró a uno que, según ella, era ideal para mí según mi lista y respondí sin pensarlo: “¿Un tío que se acicala más que yo misma? ¡Si se ducha en perfume del caro y no permite acercarse a menos de un metro! Imposible”. Risas. Me miraron con cara de pena, de esas de “lo llevas más claro que el caldo del asilo, mona”. Puede ser, pero no vamos a tirar la toalla antes de tiempo.

Total, que después de más risas a mi costa, porque lo de los solteros da para mucho, vino la triste conclusión: “A estas alturas, con que no le huelan los pies, ya vale”, dijo alguien de la mesa. Visto así, el compañero de pilates que me suele tocar al lado estaría descartado de entrada, qué valor tiene, con su problema de cabrales de la más profunda Asturias, y no ponerse calcetines. En fin, yo no pierdo la esperanza de que aparezca uno que se duche por las mañanas y sea buen chico, ni muy mayor ni muy joven, obviamente soltero y que escriba sin faltas de ortografía, que eso es algo que me llega al alma y una tiene sus límites. Lo de que le guste leer ya lo vamos a pasar por alto, no nos pongamos finolis, que la cosa está bastante chunga.