Sánchez no es nadie sin el apoyo de sus diputados
Leopoldo Bernabeu
Nunca me ha gustado el respetado oficio de psicólogo. Pienso que cuando alguien acude a uno de ellos es porque le resulta imposible conocerse y controlarse. No me disparen, yo mismo me flagelo con lo que para muchos podría ser un disparate, pero no para mí. Las cuentas pídanlas a quienes me criaron en la fortaleza y el convencimiento ante las trampas de la vida. En cambio, le doy una soberana trascendencia a este oficio cuando me pongo en la piel de quien analiza lo que se cuece en la cabeza de un desviado, lo detecta e intenta corregirlo a base de palabras que enderecen la deriva. Deduzcan ahora la cantidad de trabajo que tienen estos sanadores de mentes dentro del contexto político que vive nuestro país.
Se certifica una vez más la sideral distancia que ensancha la galaxia entre aquellos que nos gobiernan y los demás. Se hace sencillo entender que el problema de los abducidos diputados del PSOE en el congreso no reside en su conducta mental sino en su bolsillo. Mejor actuar contra mi país con 6.000 euros al mes pisando moqueta, que actuar con honradez y que los de siempre me arrebaten todo mi beneficio.
Después de seis años largos en el poder y con un glosario de mentiras y cambios de opinión que en cualquier otra época de nuestra historia habría llevado a la hoguera, la guillotina o el garrote vil a cualquiera que se hubiera atrevido tan sólo a citarlas, seguir apoyándonos en el latiguillo de que es imposible que nuestro presidente se supere en su siguiente desmesura o pensar que su situación actual, tan delicada por obra y gracia de su mujer y compañía, le va a costar el puesto, no es otra cosa que seguir engañándonos. Él fue el primero en darse cuenta que, aunque saliera a la calle a matar viejecitas, su base social de hipnotizados con intereses, le seguiría apoyando.
Por lo que hace tiempo decidí pasar a engrosar el listado, escaso todavía, de aquellos que preferimos centrar la opinión en analizar que pasa por la mente de esos millones de votantes que todavía le apoyan, en vez de seguir criticando al mejor representante que ha dado la Triada Oscura en España. Pedro Sánchez es un psicópata, un narcisista y un Maquiavelo de manual. Entendida la premisa, resulta absurdo seguir incidiendo cada día en lo que opinamos de él. Ni siente ni padece, no le afectan las críticas y todo lo que le entra por una oreja le sale por la otra. Su hoja de ruta la tiene definida y es bastante evidente.
Alucino cuando sigo escuchando a esos periodistas que esperan su renuncia voluntaria en función de la fechoría del día, más escandalosa que la del anterior. La última, darles la llave de la caja a los independentistas catalanes. Si no resultó brutal romper la igualdad de los españoles aprobando una inconstitucional amnistía para quienes dieron un golpe de Estado, ahora hace añicos la solidaridad entre territorios permitiendo que los catalanes se repartan sus propios impuestos mientras los demás nos quedamos mirando.
A Pedro Sánchez le importa todo un comino. Ha llegado a un punto de no retorno y lo sabe. No tiene escapatoria, su única salida es seguir en el poder. El día que le falte, no le va a conocer ni la madre que le parió, pronóstico de Alfonso Guerra. Veremos si para entonces todavía tiene la misma esposa y conoce a su hermano. Sus barones se están empezando a cansar, pero ¿sabéis que se hace Sánchez cada noche con las declaraciones de Page?...
Hay un vídeo de Corina Machado estremecedor. Se la ve por las calles arrendando a los militares, gritándoles para que depongan las armas al grito de “esto es por ustedes, únanse a nosotros”. Tiene un cierto paralelismo con el romántico de Page, el presidente de Castilla-La Mancha que ni siquiera es capaz de conseguir que sus siete diputados en el Congreso voten lo que él mismo defiende. Ni Maduro ni Sánchez son nadie sin sus militares ni sus diputados. Ese es el flanco por el que habría que trabajar.
Supongo que llegará el día en el que entenderemos, aunque sea a base de sangre, sudor y lágrimas, la importancia de nuestro voto cada cuatro años.