Les hemos elegido, nos toca sufrirlos.
Leopoldo Bernabeu
Resulta evidente que la vida está cambiando. Desconozco si estamos en uno de esos capítulos que dentro de cien años se estudiará como una nueva revolución, o simplemente el post covid ha instaurado una tendencia que parece estar cogiendo arraigo y amenaza con convertirse en definitiva. No tengo análisis alguno que me indique que este cambio es nocivo. Al parecer, los ciudadanos han despertado y se han dado cuenta por fin, que algún día nos vamos a morir y que está más que demostrado que al otro barrio no te vas a llevar nada. Coge cuerpo el contraste entre las frases bíblicas que nos hablaban de hacer el bien sin descarriarnos, con las de nuevo cuño que apuestan por vivir la vida de verdad, porque todo lo demás es cuento. Y claro, una cosa lleva a la otra.
Hay tantos ejemplos cotidianos como minutos tiene el día. Ver el nivel de quienes hoy nos representan y dirigen el país, es otro de esos motivos que ayudan a concluir que todo esto hay que tomárselo a coña. Sólo con ver como visten o se escupen nuestros políticos, sin olvidarnos del resultado de sus penosas decisiones, es el mejor de los argumentos para callar a cualquiera que insista que no debemos pasar de la política porque es el mejor de los favores que les podemos hacer. Es obvio que nos quieren pasotas e incultos porque así se controla mejor al rebaño y tienen que dar menos explicaciones. Cada día son menos los que leen prensa o escuchan análisis políticos por radio o televisión. Es entendible. Escribo como satisfacción propia, en absoluto convencido de cambiar nada e influir menos.
No es fácil llegar a ser concejal en un ayuntamiento importante y mucho menos diputado autonómico o nacional, sobre todo si el trayecto no ha sido a base de hacer mucho la pelota, pegar carteles como oficio principal o ser pariente de alguien que te aúpe. Pero lo que de verdad asusta es lo complicado que resulta, mucho más en España, que alguien abandone ese puesto una vez que lo ha probado. No los arrancas ni con espátula y no es un dato para alarmar cuando sabemos que un alto porcentaje llega al cargo sin oficio ni beneficio, un tren que les pasa una vez en la vida y un lugar en el que no se van a volver a ver ni en sus mejores sueños. Lógico por tanto que, a cambio de ese sueldo y durante cuatro años, cambien de opinión cuantas veces decida el jefe. Que le den a lo que hayan prometido.
Pero, ¿y aquellos que sí han tenido un currículum previo, un oficio y una trayectoria antes de entrar en política?, ¿qué es lo que se trunca, se tuerce, se pervierte en su mente que les hace perder todo su prestigio y dignidad con tal de seguir en el cargo, aunque no les haga ninguna falta para sobrevivir? Reflexiono mirando a esos abuelos anónimos que charlan sentados en un banco, pasean a sus nietos o juegan a las cartas y la petanca, encantados de verse en esa feliz posición, y todavía entiendo menos a esos personajes capaces de comprometer el resto de su existencia como si nunca fuesen a morir.
Todos hemos tenido ínfulas de poder y dinero alguna vez, pero el verdadero éxito reside en dar con ese clic que te frena, te ofrece respirar hondo y te enseña un nuevo panorama que sí existe ahí fuera. Un enorme arcoíris de posibilidades para ser feliz sin necesidad de ostentar ni de contribuir a ser parte de esa mal, de esa amargura que proyectas hacia los demás. Me compadezco de personajes sin alma como Sánchez, Maduro, Putin… ciegos ante una vida, la única que tienen, que no terminará de manera diferente a cualquier otra, pero sí les impedirá volver a ser anónimos el resto de sus días. Qué triste tiene que ser.
Y todo esto escribo mientras por la ventana pierdo la vista en un mar de olivos, en una antigua casa de una pedanía que no tendrá más de 30 habitantes y en la que me cuesta, gracias a dios, encontrar cobertura para el móvil. Sin problemas, sin estrés, empleando mi tiempo en discernir que ruta caminaré mañana o que libro empiezo ahora que acabo de terminar el anterior, buscando cuantos espectáculos culturales me ofrecen los pueblos de alrededor. Y me imagino por un momento, lo justo para no agobiarme, como será esa vida que desde que te levantas hasta que te acuestas, todo el mundo está escupiendo pestes de ti. ¿Vale la pena vivir así?, ¿hay un tesoro tan grande que compense ese sinvivir?
Concluyo en mi error. Las guerras y los conflictos que marcan la historia de la humanidad siempre han prendido mecha en el cerebro de algún perturbado, por lo que el mal sí existe. Sólo hay que ser un autista abducido por la triada oscura para poder disfrutar de esa perversión. Veo a Maduro, leo a Hitler, observo a Putin y recuerdo los seis años de Pedro Sánchez, para comprender que sí se puede vivir así. No quiero saber como lo hacen y como imaginan su final, al tiempo que lamento que ese don no lo hayan utilizado para proyectar el bien en la humanidad. Han llegado al poder porque les hemos elegido, ahora nos toca sufrirlos.