Igualdad: a medio camino

Mónica Nombela, abogada y escritora.

En la revolución por la igualdad entre hombres y mujeres nos hallamos a medio camino entre lo que querríamos la mayoría de nosotras en nuestro país y de dónde venimos.

En España ha sido verdaderamente extraordinario el avance en poco tiempo, dicho sea tanto en términos relativos como absolutos. En solo cinco décadas este país se ha transformado en otro y las conquistas femeninas son innegables.

Recordemos que hasta el año 75, en que la Ley 14/1975 aprobó la reforma de varios artículos del Código Civil y del Código de Comercio, la mujer no podía siquiera abrir una cuenta bancaria sin permiso de su marido, entre otras muchas limitaciones. En aquella época la fémina casada era como una menor de edad permanente.

Para los cónyuges infelices con su matrimonio su única escapatoria era enviudar, o bien morirse, porque hasta el año 1981 no se aprobó la Ley del divorcio.  Ahora se comenta que las parejas se separan con excesiva facilidad, puesto que uno de cada dos matrimonios fracasa.

Lo que no sabemos es qué habrían hecho muchas de nuestras predecesoras con sus cónyuges, en caso de haber podido tomar libremente la decisión de divorciarse, porque hubieran tenido la posibilidad desde el punto de vista legal y los recursos económicos para hacerlo.  

Tras la aprobación de la Constitución Española en 1978 los hombres y las mujeres somos iguales ante la ley en España, así como en derechos y obligaciones. Este presupuesto básico lo damos por hecho ya, pero recordemos que no es así en todos los países del planeta.

Y es que muchos millones de mujeres en el mundo siguen sufriendo de fuerte discriminación, prohibiciones y privación de derechos frente a los hombres. En 2024 hay mujeres que no pueden estudiar o conducir y, lo más grave, muchos millones aún sufren esa aberración de la ablación. Barbarie. 

En el Objetivo 5 de los de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas se dice lo siguiente: “La igualdad de género no solo es un derecho humano fundamental, sino que es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible. Se han conseguido algunos avances durante las últimas décadas, pero el mundo está lejos de alcanzar la igualdad de género para 2030. (…)

En muchos ámbitos, los avances han sido demasiado lentos. Al ritmo actual, se calcula que se tardará 300 años en acabar con el matrimonio infantil, 286 años en subsanar las lagunas de protección jurídica y eliminar las leyes discriminatorias, 140 años en que las mujeres estén representadas en pie de igualdad en puestos de poder y liderazgo en el lugar de trabajo y 47 años en lograr la igualdad de representación en los parlamentos nacionales”.

La situación media a nivel global en el mundo es, por tanto, mucho peor que la española. Podemos y debemos congratularnos por ello y enrocarnos únicamente en la queja de lo que falta por alcanzar revela, a mi modo de ver, una falta total de conocimiento y de realismo.

Estamos, pues, a la cabeza mundial en materia de igualdad de género, y en este sentido me siento una privilegiada, lo que no significa que podamos dormirnos en los laureles, como bien dijo la presidenta de AEPA, Marcela Fernández, cuando le fue entregado un premio del Aula de la Mujer ayer, día 8 de marzo, en una concurrida celebración del Casino de Alicante.

De todas formas, hay que destacar que la Comunidad Valenciana es la que tiene mayor porcentaje de directivas, con un 44%, como revela el informe Women in Business, de Grant Thornton.

Aún queda un largo camino por recorrer, cierto. Las diferencias entre los salarios de los hombres y las mujeres, el reparto equitativo de tareas en el hogar, la igualdad de oportunidades en el empleo, el acceso de la mujer a los cargos de responsabilidad en las empresas y la política, la coparentalidad, así como la elección por parte de las mujeres de estudios de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (carreras STEM) son algunos de los asuntos pendientes de solución.

Sé que no lo verán mis ojos, pero también que lo conseguiremos, que lo conseguirán.

Por cierto, según un estudio, los países con mayor igualdad de género tienen una proporción menor de mujeres que aquellos otros en los que no hay igualdad de género en las carreras STEM, lo que se ha venido a denominar la “paradoja de la igualdad de género”. Que alguien me lo explique porque no lo entiendo.

Capítulo aparte merece el gran problema de la violencia contra las mujeres. Para que se solucione esta horrenda lacra calculo quedan más de dos generaciones, tirando por lo bajo. Y es que la raíz de la violencia de género, tristemente negado por algunos sectores de la política, es profunda y llega a lo más ancestral de la persona.

Es una raíz que toca la base de la educación, de la familia y los conceptos más interiorizados, hasta en el tuétano. Representa el dominio del hombre sobre la mujer por creerse superior a ella y con derechos sobre su persona.

En este sentido, hemos de seguir protestando con más energía aún, si cabe, y persiguiendo estos hechos, hasta que los casos no existan o bien sean meramente testimoniales.

Las mujeres han de tener cuidado de su persona en todo momento y comunicarse con su entorno si sienten que no están siendo respetadas, especialmente si temen por su integridad física.

Y la sociedad no puede hacer oídos sordos frente a la realidad de las mujeres que claman por ser escuchadas y recibir ayuda para salir adelante, lejos del agresor que, en el peor de los casos, les puede segar la vida o la de sus hijos, para herirlas en lo más profundo de su ser.

No se puede consentir la actual cifra indignante de crímenes machistas, pues 58 mujeres fallecieron a manos de sus parejas o exparejas en 2023. Demasiadas.

Sería para otro artículo, por no extenderme demasiado, hablar del complejo asunto de los vientres de alquiler y tantas otras formas de explotación del cuerpo de la mujer que muchas reprobamos. 

En este reto de conseguir la real y efectiva igualdad entre hombres y mujeres estamos todos implicados, tanto nosotras como ellos.

No es y no debe ser una tarea solo femenina, sino del conjunto de la sociedad, como una muestra del necesario avance social, en el que todas y todos estamos llamados a participar activamente.

Mónica Nombela

Abogada y escritora.