El croissant perfecto existe (y está en Altea)

Altea es una caja de sorpresas. Este pueblo mediterráneo con encanto es archiconocido por sus casas blancas encaladas y sus callejuelas empinadas de cantos rodados, por atraer a artistas y artesanos… y por su magia, difícil de explicar con palabras. A nivel gastronómico, sitios como Ca Joan, El Cranc o Xef Pirata ya son vox populi, pero en este idílico municipio alicantino aún quedan lugares por descubrir: esos que los locales frecuentan pero que algunos veraneantes aún no. Pastisseria Dolç es uno de ellos: esta sencilla pastelería y cafetería familiar fue fundada por Tomás González en 1987 y ahora es su hijo, Paco, quien dirige el negocio, aunque aquí todo sigue funcionando gracias al tándem que forman los dos y que completa el joven repostero Iván García.

Nos atrevemos a decir que en Dolç encontrarás los mejores croissants de la comarca alicantina de La Marina Baixa… y quizá de la Comunitat Valenciana (aquí no nos mojamos, que aún no los hemos probado todos). Y con lo difícil que es la misión de comer un buen croissant, el viaje merece la pena. Altea siempre lo merece. 

¿Qué llevarse en Dolç? Difícil decisión. El clásico es un clásico, pero sus croissants rellenos también son adictivos: de crema de cacahuete con chocolate con leche, de almendra, de merengue y limón, de chocolate y avellana, de tarta de queso y frutos rojos, de galleta Lotus… Y en temporada, el de higos con queso, para el que elaboran una mermelada casera con los higos de su huerto. Eso sí, para probarlos, te recomendamos que madrugues, ya que hay días que a las 10 de la mañana ya está todo vendido. Si quieres asegurar tu botín, puedes llamar por teléfono para reservar los que quieras. ¡Y ojo! Los lunes cierran. 

Tomás, que empezó a los 15 años como aprendiz en una pastelería de Altea, nos cuenta que enseguida le cautivó este mundo. Creó Dolç allá por 1987 como una pastisseria-croissantería muy clásica, pero Paco, segunda generación, se ha encargado de dar una vuelta al concepto. “Aunque nunca perdemos de vista de dónde venimos”. ¿Lo que más les identifica? Las piezas de bollería, el hojaldrado, las masas. Además de croissants, aquí encontrarás espirales de crema y pasas o de almendras y canela, rolls de “banatofe”, napolitanas de chocolate, palmeras de hojaldre invertido bañadas en chocolate de Cacao Barry o carré de manzana y almendra. Un domingo pueden llegar a vender de 300 a 400 piezas de bollería. 

Inquieto y creativo, Paco jugaba al balonmano en la Liga Asobal, en el primer equipo, pero un verano comenzó a ir a la pastelería de su padre y aquello le enganchó. Fue cuando decidió estudiar en el CdT de Benidorm primero pastelería clásica y luego moderna (con pasteleros como David Pallás). Cuando terminó, sabía que quería trabajar con el mejor pastelero de la zona. Y así es como aterrizó en Dalúa, de Daniel Álvarez, donde hizo un stage de 9 meses. Luego volvió a casa, a Dolç, “porque mi padre estaba aquí solo y me necesitaba”. 

Paco nos cuenta que le gusta mucho viajar: vio la focaccia en Italia y comenzó a hacer pruebas. Lo mismo le pasó con la ensaimada mallorquina tras un viaje estival a la isla balear, tras el que nació su ensaimada rellena de crema de almendra y albaricoque confitado a la vainilla. 

Cuando vayas, pide la focaccia que coronan con salmón ahumado, aguacate, rúcula y queso cottage o la de pesto, jamón serrano y frutos rojos. ¡También tienen otra con mortadela y burrata! Sus manjares salados funcionan muy bien en los desayunos y almuerzos, aunque también los elaboran por encargo. Anota otra de sus perdiciones: la quiche lorraine de sobrasada, queso de cabra y albaricoque a la vainilla. O la de pollo al curry y cebolla. Dentro de su propuesta salada incluyen bocados tradicionales de Altea, como su coca farcida. 

En Dolç también elaboran dulces estacionales. En octubre empieza otra de las épocas más adecuadas para dejarse caer por esta pastelería: la del panettone. Las pasadas Navidades nos conquistó el de albaricoque confitado con yuzu, aunque siempre tienen el de fruta o el de chocolate con naranja. Paco nos cuenta que en eso precisamente están trabajando ahora: en decidir qué sabores nuevos crearán este año. 

Tomás nos habla de calidad, cariño y paciencia. Paco, de innovación y de creatividad. Son dos generaciones diferentes que han sabido encajar a la perfección. El padre decide cuántas piezas elaboran cada día en base a la experiencia que acumula después de varias décadas. El hijo crea con libertad porque tiene un gran maestro. “Cuando era pequeño, recuerdo el olor a mantequilla en el obrador. Correteaba entre las mesas, me manchaba de harina, quería ver, hacer y tocar todo lo que hacía mi padre”. Ambos tienen el corazón de hojaldre.