Carlos Dueñas: “Jack El Destripador, esta noche en TONDI””
Finales del siglo XIX. Inglaterra es la más poderosa de las naciones de la Tierra, y Londres, la mayor ciudad del mundo. Incluso sin saberlo, eso es algo que cualquier viajero puede intuir de una mirada. Las torres del Parlamento de Westminster se alzan orgullosas para hablar del dominio político británico, del mismo modo que los bancos de la City controlan el comercio internacional. Mientras, el Times da cuenta de las diversiones de la aristocracia en todo lo que va del music hall a las batidas para la caza del zorro. Para guardar la paz, la Armada rige los mares y la admirada policía británica "revela, nada más verla, el esplendor del Imperio". Desde el palacio de Buckingham, la reina Victoria corona la edad de mayor brillo y poder de la historia de Inglaterra.
Sin embargo, no todo es brillo en aquella Inglaterra. Y para comprobarlo no hace falta irse a las minas de carbón o a los "satánicos telares"de Manchester. A muy poca distancia de las elegancias del West End, todavía existe en Londres una zona "inexplorada como Tombuctú". Es el East End y, dentro, Whitechapel es el lugar donde la miseria toca fondo. Hablamos de un dédalo de callejas inundadas por las emanaciones malolientes del Támesis. De unos bajos fondos donde las enfermedades, el alcoholismo y la prostitución causan estragos entre sus ochenta mil almas. De un barrio cuyas casas, hacinadas, parecen inclinarse amenazadoramente sobre quien reúna el valor para pasearse a su sombra. Whitechapel es el Londres que el resto de Londres no quiere ver. Pero, en el otoño de 1888, toda Inglaterra terminaría por volver los ojos a esa barriada de mala nota. Porque Whitechapel iba a ser el siniestro escenario de los crímenes de Jack the Ripper, el Destripador.