El Primavera Sound de Alfàs del Pi: excitante como la primera vez

Pasada una cierta edad (sin entrar en detalles), cuesta cada vez más toparse con aquella vieja sensación de descubrimiento de las primeras veces. Ocurre en cualquier plano de la vida, pero más aún en la música pop, que no deja de ser un reflejo hiperacelerado de nuestra realidad, entre la casi certeza de un futuro más negro que nuestro presente y menos acogedor que nuestro pasado. Es lo que hay mientras no podamos viajar en el tiempo. La pandemia agudizó esa añoranza por la seguridad de unos viejos tiempos que tampoco tienen por qué ser siempre mejores. Y el hecho de que nuestra (gran) industria festivalera redunde en el bucle sin fin de la repetición de los mismos nombres una y otra vez, como si fuera un Never Ending Tour colectivo en versión española, no hace más que endurecer ese callo: el asombro, la revelación, el acontecimiento o el hallazgo parecen reliquias de otra era.

La versión redux del Primavera Sound en Alfàs del Pi es todo lo contrario. Brinda la ocasión, especialmente si uno evita bucear previamente en el streaming o en los avances de la prensa del ramo, de descubrir un buen puñado de propuestas excitantes llegadas de cualquier rincón del mundo y en cualquier estilo imaginable. La cara de pasmo ante el descaro de un valor emergente del que nunca había oído ni hablar. El contagio del baile en su versión más pura, sin mediación previa, en combustión espontánea. Y en un ambiente de lo más familiar. Sin aglomeraciones. Una serie de premisas que aquí apenas recordamos del añorado Tanned Tin que se celebraba por estas fechas en Castellón.

Y también permite calibrar progresiones: apabullantes las de Soleá Morente y Amaia, por ejemplo, ayer en la primera de las dos jornadas del Primavera Weekender. La primera, con un aplomo y una versatilidad tremendas, confirmando el irrebatible salto que ha dado en los últimos tres o cuatro años. Como si tuviéramos a María Jiménez, Liz Fraser (Cocteau Twins) y La Bien Querida en el mismo pack. Pellizco, rumba, pop evanescente, arrojo y baile disco pop (“Baila conmigo” no falla) en un set más que notable. La segunda, vendiéndonos las virtudes de un disco de título engañoso (Cuando no sé quien soy: vaya si lo sabe; ahora sí) en un show arrollador, a años luz de aquellos dubitativos conciertos de hace unos años, con momentos de convincente emotividad como su versión de Fiebre (Bad Gyal) al piano, Santos que yo te pinte (Los Planetas) o El encuentro (que firmó con Alizzz). Parece claro que ha encontrado su camino. Y comerse –por fin– el escenario forma parte del plan.

Actuación del grupo Slowdive en el Primavera Weekender, en una imagen del Twitter del festival.

SHARON LÓPEZ

La nómina internacional tenía anoche como principal activo a los británicos Slowdive, pilares de casi todo el pop ensoñador (llámese shoegaze o dream pop) que se ha facturado en las últimas tres décadas. Sus capas de sonido envolvente, su melancolía al ralentí, convenció sin necesidad de añadir nada a lo ya conocido, a cinco años ya de su último disco. Su indiscutible magisterio destiñó un poco (¿algo de piloto automático?, quizá sea inevitable) en medio de tanto nuevo asaltante al palacio de invierno (o al castillo, más bien, que eso es el Magic Robin Hood Park). Como los belgas Charlotte Adigéry y Bolis Pupul, demoledora pareja apadrinada por Soulwax: chico y chica de porte ultra cool y electrizantes canciones de electro pop y funk bastardo que combaten el populismo xenófobo con desafiante ironía. Tremendos. Se metieron a todo el mundo en el bolsillo. O como los canadienses Crack Cloud, una apisonadora conducida con mano firme por una bestia parda llamada Zach Choy, implacable batería y vocalista, cubriendo la cuota de sonido post punk anguloso que otros años cayó en Squid o Black Country, New Road. Sufrió mucho en la comparación Nilüfer Yanya, quien confirmó lo que nos teníamos tras verla en Valencia: la traducción al directo de su espléndido Painless es algo anémica. Ya sea por carácter o por rodaje.

Otros nombres que destacaron fueron la valenciana Carlota con su pop naïf (muy de la escuela Elefant Records), los madrileños Baloncesto (mirando a los noventa de Dinosaur Jr con una visión similar a la de Cala Vento) y, por supuesto, unos Triángulo de Amor Bizarro cuya pócima noise pop sigue cayendo como martillo pilón sobre cualquier escenario. Hoy el festival continúa con los imprescindibles Arab Strap, Young Lean, Mykki Blanco o Confidence Man.