Altea vive con gran entusiasmo la fiesta del "Arbret de Sant Joan"

“Amunt! Amunt!”. Con este grito de ánimo y esfuerzo lanzado al unísono por decenas de jóvenes se introdujo este viernes el “Arbret de Sant Joan” en el centro de la plaza de la Iglesia, frente a la puerta principal del templo, como tradicional ofrenda fálica a la tierra en el punto más alto de Altea, cuando el sol estaba ya en su ocaso y sus rayos amarillo-rojizos acariciaban traspasando la calle san Miguel las espaldas sudorosas y brazos musculosos de los porteadores. Momento culminante de unas fiestas que se celebran en el barrio del Fornet, dentro de los intramuros de la antigua fortaleza construida bajo el reinado de Felipe III, y que se remotan documentalmente al año 1617, aunque investigadores hay que afirman que es un ritual que ya se hacía en la época romana.  

El árbol, un grueso chopo de unos 15 metros de altura cortado por la mañana en la ribera del río Algar, fue introducido con el empuje de las manos unidas a su tronco y la ayuda de cuadro grandes maromas que otros jóvenes y adultos lo sujetaban, y enderezaban, desde el campanario del templo parroquial y las azoteas de otras tres casas adyacentes en cuyo centro está la Casa Abadía. Todo el proceso fue supervisado por los miembros de la Associació Amics de l’Arbret hasta que las cuatro cuerdas quedaron fuertemente atadas a las argollas colocadas ex profeso. Cuatro cuerdas que simbolizan Libertad, Identidad, Euforia y Hermandad.

El ritual

La “Plantà de l’Arbret” tiene un ritual previo que comenzó cuando el “tallaor”, nieto de Quico Ciudad que ha estado haciendo esta labor durante 58 años, cortaba con su hacha el árbol que semanas antes había seleccionado la comisión de fiestas de San Juan. El chopo de este año era más grueso que el orificio por donde se introduciría finalmente en la plaza de la Iglesia (50 centímetros de diámetro), razón por la que antes de llegar al momento culminante hubo que ajustar el tronco. Las esquirlas de madera fueron recogidas por los que estaban a su alrededor como símbolo y recuerdo de su esfuerzo mientras subían el árbol por las empinadas calles de Altea.

Una vez cortado el árbol y despojado de sus ramas, con la excepción de un puñado de ramas con hojas verdes que se dejan en la copa, se trasladó en un camión al aparcamiento de la Facultad de Bellas Artes, en donde se sirvió un buen almuerzo con pan, morcilla, longaniza, melva, “sangatxo” y coca a la llumà regados con vino. Después, sobre las 7 de la tarde, y al grito de “Amunt!”, comenzó el traslado de l’Arbret llevado a hombros por los hombres jóvenes a los que acompañaron personas de mayor edad, muchos de ellos relacionados con la comisión de fiestas organizadora de la fiesta y la Associació Amics de l’Arbret. Paralelamente, había otro árbol más pequeño que trasladaron los niños por el mismo recorrido acompañados por sus padres o familiares, reproduciendo una parte significativa de las costumbres de los portadores adultos. El pequeño árbol se plantaría después en la plaza por los niños antes de llegar el grande en una ubicación cercana al “arbret” principal.

El recorrido del traslado de l’Arbret cambió este año al estar cortada el inicio de la Costera dels Matxos en la Plaça de la Creu, razón por la que desde la Facultad de BBAA pasó por las calles Carrasca y Pintores para desembocar en la mitad de la Costera dels Matxos, una empinada calle que exige una gran dosis de fuerza a los portadores, a quienes en todo momento les lanzaban agua desde los balcones para refrescarlos al tiempo que les animaba la gente animándolos al son de la música tradicional de xirimita i tabalet, en un ambiente lúdico mientras se entonaban los tradicionales cánticos “Aigua i vi!” i “Visca el pa, visca el vi, visca la mare que mos ha parit!”. 

Una vez superada la subida de la Costera dels Matxos, el gran árbol se depositó sobre el asfalto en la calle Calvario y frente a la casa de la Tía Corrita a quien se le homenajeó con cánticos y bailes recordándola como cuando ella vivía tenía por costumbre dedicar unas danzas al paso del “arbret” delante de su casa.

Los esforzados jóvenes prosiguieron el recorrido por las calles Calvari, Cantó de la Promesa, Alcoi, Benidorm, y San Miguel hasta desembocar en la plaza de la Iglesia cuando estaba iluminada por los rayos del sol que ya estaba en el ocaso. Después llegaba el momento culminante de la fiesta con la “plantà de l’Arbret” en cuyas ramas muchos porteadores habían atado previamente sus rasgadas camisetas en homenaje a sus seres queridos ya desaparecidos, como ofrenda particular, o como trofeo, según el sentimiento de cada uno. Y como final, la subida “a pelo” hasta su copa por parte del clásico trepador Raúl Fuster que este año se despedía de esta hazaña colgando sus zapatillas en la cuerda que sujeta el árbol desde el campanario del templo parroquial. Mientras, los jóvenes danzaban y cantaban alrededor del árbol animándole en su subida hasta la copa.

Bien de Relevancia Local Inmaterial

La “Plantà de l’Arbret” se lleva a cabo todos los años excepto 2020 y 2021 por la pandemia del Covid-19, razón por la que este viernes los mayorales de San Juan, los jóvenes porteadores del árbol, y los vecinos y visitantes del pueblo de Altea en general, fueron mucho más numerosos que en años precedentes y vivieron con mas intensidad y emoción esta fiesta que el día 7 de febrero de 2019 fue declarada por la Generalitat Valenciana como Bien de Relevancia Local Inmaterial al considerar que “compone una fuente de creatividad, un factor de sostenibilidad ambiental y una clara expresión de la identidad local alteana” según se publicó en el DOGV del 14 de febrero de ese año.

Para mayor convencimiento, el historiador Juan Vicente Martín afirma que la “Plantà de l’Arbret” es una tradición “ancestral perdida en el tiempo que entronca el rito pagano del solsticio de verano y de la fertilidad de la tierra y que en Altea probablemente comenzó a celebrarse a partir de 1617, cuando el 11 de enero de ese año se le concedió la Carta Puebla fundacional, en cuyo documento ya aparecía la festividad de San Juan como fecha para pagar los tributos al señor feudal, el Marqués de Ariza”. Y el concejal de Cultura en 2019, Diego Zaragozí, aseveró que la declaración de Bien de Relevancia Local Inmaterial “garantiza la continuidad de una de las tradiciones valencianas más ancestrales hoy en desuso o desaparecida en muchas zonas, pero sana y viva en Altea”.