Zamora, Puebla y el Lago de Sanabria, nos acogen con su gélido frío y sus paisajes nevados. LEOPOLDO BERNABEU

Cada viaje es un regreso al punto de partida. Con la ilusión del que vuelve a la ruta nos alejamos de Segovia, todavía con el recuerdo a flor de piel de haber soñado experiencias junto al Monasterio de Uclés y el Alcázar de la ciudad fundada por los celtíberos, camino ahora de Zamora. Una ciudad en la que estuve hace año y medio, en aquel primer gran viaje dentro de Autocaravana Vivir, y a la que llegué de noche tras haber visitado la obra de Gaudí en la histórica y leonesa Astorga. Pero ahora voy acompañado y todo resulta más entrañable. Te recreas haciendo de improvisado guía al tiempo que descubres visiones que se hacen mágicas, pues no forman parte de tus recuerdos.
Alguien nos recibió avisando que estábamos en un museo con piernas. El poderoso casco histórico junto al río Duero que lleva siglos vigilando, no tiene parangón, mucho menos si lo cruzas despacio, de noche, con mucho frío, amenazando lluvia y bajo el color plomizo de una luz proyectada con acierto. Zamora, la bien cercada, cuna del románico, nos recibe bajo su imponente Catedral rodeada de un cuidado parque cuyos jardines te guían hacia el castillo y sus murallas. Lugar privilegiado para vislumbrar el Puente de Piedra del s. XII en lontananza que retrotrae, con sólo cerrar los ojos un instante, a esa época medieval en la que era imprescindible cruzarlo para llegar hasta la Plaza Mayor por la calle de Balborraz, y disfrutar allí del edificio que durante siglos fue su ayuntamiento hasta hace 70 años, junto al Merlú, testigo patrimonial que nos recuerda la Semana Santa Zamorana, ¡un lujo poder estar aquí para cuando se celebre!.
Salir bien abrigado al amanecer y recorrer durante kilómetros el Río Duero por las Aceñas de los Pisones, es otro de los motivos por los que todo esto vale la pena. El sol que nace en estos lugares nada tiene que ver con nuestro Mediterráneo. Zamora forma parte de la España que se empeña en recordarnos lo grande y fabuloso que somos como nación. Un buen número de alegres y jóvenes jubilados que pasan caminando junto a nosotros, discuten sobre la gran fotografía de Benidorm que cubre la piel de Vivir dejando entrever sus conocimientos sobre la ciudad del turismo, y es que a nadie deja indiferente esta Autocaravana y ese magnífico tatuaje que la cubre.
Seguimos camino hacia Puebla de Sanabria, otro lugar que recuerdo mágico en mi memoria y al que decidí dejar por descubrir en la mitad de sus encantos. Directos al margen del río Tera, pues es allí donde pasé una de mis mejores noches, expuestos al frío más gélido de España, pero bajo la proyección de su castillo-fortaleza, que iluminado por la noche justo cuando termina de ascender la luz que luce toda la piel de la villa, nos muestra un perfecto resumen de sus motivos y atracciones. Uno de los pueblos más bonitos de España, Puebla de Sanabria es la esquina de Castilla y León, abrazada por Portugal y Galicia casi a la misma distancia, y con un Lago que le da lustre, virtud y nombre a la zona, convertida ya en paso obligatorio de cualquier curioso turista y nostálgico de la belleza sin igual.
El buen servicio de Pedro y la magnífica cocina de Casa Paca nos ayudan a no olvidar Puebla de Sanabria y tenerlos muy presentes para cuando volvamos por aquí. Un lugar acogedor que todavía sienta mejor en pleno mes de febrero, justo a mitad de camino en la larga cuesta que une el centro del casco urbano con el castillo, la fortaleza y los mágicos alrededores cuya visión nadie debe perderse al cursar visita a esta bella localidad, poblada de misterios, ancestros e historias legendarias. Visitada la Torre del Homenaje, nos atrevemos a bajar de manera brusca y casi vertical hasta el río Tera por unas escalinatas de vértigo que, de nuevo, nos conducen hasta una Autocaravana Vivir que nos pide a gritos la calefacción para superar con valentía los 4 grados bajo cero que por sus calles nos persiguen. Un amanecer de campos blancos y aguas congeladas, nos confirman el éxito de los tres edredones bajo la luz de la luna. Dos horas de caminata junto al margen del río y bajo las obras del ave que allí sí tienen, inauguran otra nueva jornada.
El Lago de Sanabria y su enorme parque natural, esa parte que antaño me dejé por descubrir, es el destino que estamos a punto de conocer y disfrutar. Ribadelago, el último de sus pueblos, el extremo al que con vehículo puedes llegar, nos recibe bajo un frío sol y unas nevadas montañas que amenazan con seguir incrementando su color blanco. Varias rutas senderistas nos invitan a pisarlas. Impresionantes vistas nos sorprenden, rodeados de vacas que nos miran con sus ojos tranquilos y su paz eterna, mientras el inmenso lago nos queda a un lado, la montaña y sus rutas al otro, el Río Tera algo más allá y las mujeres del campo nos cuentan sus historias de la España vacía que no entiende de nuestras artificiales y estúpidas historias.
Resulta estremecedor escuchar a una pastora que fue testigo presencial, como si hubiese sucedido ayer, relatar el más trágico suceso acontecido en este lugar hace ahora 63 años y que costó la vida a gran parte de los vecinos del pueblo, 144 de 532, entre los que se encontraban familiares y amigos de esta mujer que en esa fecha contaba con 9 años. El embalse de Vega de Tera, que por entonces se construía, se desbordó en la madrugada del 9 de enero de 1.959, llevándose el pueblo por delante sin que a nadie diera tiempo de avisar. Es la otra cara de Autocaravana Vivir, aprender a escuchar y conocer la historia de España. Aparcados en medio de un precioso prado verde, rodeado de montañas, el Lago de Sanabria y el río Tera, nos disponemos a pasar una nueva y gélida noche bajo el influjo de la luna llena escuchando podcasts de misterio, dispuestos a seguir narrando todo lo que vivimos para poder compartirlo contigo. Hacerme el favor de ser felices.