Viajar por Francia empieza a ser una infinita caja de sorpresas
LEOPOLDO BERNABEU
Lo que más llama mi atención es la curiosa forma de avanzar del tiempo cuando se sale de la rutina diaria. Está muy extendido eso de que en vacaciones las horas pasan volando. Según se mire. A mí me alucina que sólo hayan transcurrido 48 desde mi última e inevitable relación con las teclas. Son tantas las vivencias, es tal la intensidad con la que se vive cada minuto cuando realizas tu solo un viaje en Autocaravana, por un país desconocido y con la incertidumbre pegada a cada poro de la piel, que solo cuando observas lo vivido con cierta distancia, te das cuenta que sí, que el tiempo pasa deprisa. Supongo que es esto a lo que llamamos vivir. Avanzar, conocer, disfrutar y dejar libre la capacidad de sorprendente a cada momento, esas son mis claves, fáciles de citar, difíciles de aplicar.
Después de visitar Dax, primer destino en Francia de un recorrido que se escribe a diario, y quizás con el ansia de ver más de lo que las horas te permiten, algo así como la gula de los sentidos, puse en el calendario de visitas la palabra Arcachón. La culpa la tiene una revista de rutas turísticas por Francia que acababa de comprar. Un pequeño pueblo junto al mar con muchas cosas que contar. ¿Ganas de ver de nuevo el mar o precipitación por tocar ya la costa atlántica francesa?. En cualquier caso, del recorrido entre ambas ciudades, me quedo con un precioso cementerio que se cruzó en mi camino (ya tenía ganas de volver a verlos), y que me hizo reflexionar sobre las diferencias con los nuestros, mucho menos recargados, más anchos, sin alturas y con espacios más abiertos, al menos los del sur y los pirineos que he podido visitar. También paré junto a un aeródromo, de los varios que ya he cruzado, para ver despegar esos pequeños aviones que tanto me atraen.
Llegué a Arcachón por el camino que atraviesa la Duna de Pilat, otra referencia en cualquier destino turístico que se precie. Imposible parar en agosto, la cantidad de vida que hay en los kilómetros que la unen con Arcachón, describen las ganas de volver a disfrutar y lo turístico de la esta zona, lengua de mar conocida por la recolección de ostras, llena de ostentosas villas que retrotraen a la Francia señorial de mitad del pasado siglo. El surfista Cabo de Ferret a un lado y la turística Duna de Pilat al otro, muy similar a la de Bolonia en Cádiz, hacen de Arcachon, un lugar que merece la pena visitar.
Madrugón y hacia la Duna, a ver si caminando sí la puedo ver. Pues ni con esas y a pesar de los 18 kilómetros, entre ida y vuelta. ¡Sin problema!, ya tengo una excusa para volver. ¿Y ahora qué?, ¿regreso a la idea original o sigo parando en todo lugar que llame mi atención? Burdeos está cerca y es una tentación, pero es tal el caos de tráfico al acercarme que decido continuar. Un cartel me indica que puedo ir hacia París, Lyon o Toulouse. Mi destino sigue siendo Normandía y hacía allí que voy, sin ninguna prisa, disfrutando la ruta y los paisajes, evitando cualquier peaje. Tardaré un poco más, pero Autocaravana y prisas son antónimos, y además ahorras dinero. Un área de servicio, de las que por cierto hay bastantes y como no las he visto por España, cambia mi rutina. Me paro, como y descanso lo suficiente, las horas de calor son mortíferas también aquí, y sigo en dirección Vitré, uno de esos lugares que he descubierto gracias a los muchos artículos leídos de aquellos viajeros que me han precedido a la hora de conocer Normandía y la Bretaña francesa.
Y en Douè-en-Anjou estoy. Otro descubrimiento de los infinitos que esperan agazapados viajando en Autocaravana Vivir. Imaginaba un lugar en medio de unos bosques, y estoy, además de a mitad de uno de mis destinos marcados a fuego, en un pueblecito de la región de los países del Loira, llano como la palma de una mano, donde la historia está escrita desde hace 10 millones de años bajo tierra, en “Le Mystère del Faluns”, un viaje entre ciencia y poesía que conduce a la época más prehistórica. Un Museo de los Viejos Comercios, una exposición de Trogloditas y Sarcófagos e, incluso un Bioparc, me permiten decir que ha sido otro acierto del camino haberme traído hasta aquí.
Llegué al atardecer y aparqué en un descampado espectacular cuyas vistas pronosticaban una noche especial. Así fue, será difícil de igualar. Cena con la mirada perdida en los verdes e infinitos campos, con el sol poniéndose y escuchando un capítulo de misterio mientras la luna menguante es mi única compañía. La espectacular lluvia que con furia se desató a mitad de madrugada, me obliga a cerrarlo todo y volver a taparme, pero genera el preliminar a una fresca mañana que en mi caminata diaria me permite conocer las calle de Douè-en-Anjou con tranquilidad y sin calor alguno. El cuidado de las flores y los jardines en toda Francia, me tiene sorprendido. A la próxima te cuento más.