Sánchez demostró el miedo que le tiene a su futuro

Leopoldo Bernabeu

Hablar del debate que se produjo anoche entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo es, a estas alturas del día, poco menos que agotador y repetitivo, sobre todo si te gusta y/o te preocupa esto de la política, dícese de ese arte que la gran mayoría empezamos aborrecer pero que es imprescindible para que la democracia, por deteriorada que esté, siga funcionado. Cualquier otro sistema sabemos bien que resulta mucho peor para la convivencia.

No es mi caso, a mí siempre me apasionó y lo sigue haciendo, aunque no es menos cierto que vivimos años de zozobra en lo intelectual, de verdadero agobio en lo corrupto, y nostálgico si los comparamos con lo que este bello arte representó en nuestro país no hace todavía muchas décadas.

Me senté delante de la televisión con ánimo objetivo e interés por escuchar, lápiz en mano, aquello que nos tenían que decir los dos líderes con mayor número de posibilidades de gobernar nuestro país a partir del 23 de julio. Y aunque a mi edad ya no creo que aporte mucho más a cambio alguno en mi alrededor, es cierto que estoy en esos años en los que empiezo a disfrutar de la vida y no me apetece en absoluto que ningún personaje venga a cambiar a peor el tiempo que me quede en este planeta, con seguridad mucho peor que cualquier otra vida que nos esté esperando en el más allá, aunque este tema lo dejo mejor para mañana que tendré la oportunidad de entrevistar a Carlos Bustos, el Centinela del Misterio.

El gesto de ambos líderes incluso antes de empezar el debate me dejó una clara visión de lo que iba a pasar. Aguanté media hora, ni un minuto más, porque además de que me estaba poniendo de muy mala leche, mi predicción se cumplió desde el primer segundo y ver aquel lamentable show era sentir vergüenza ajena. Un Sánchez, oscuro en su más profundo interior, esconde tanta misera acumulada que ni sus gestos puede ya controlar. El miedo le supuraba, tiene tantas deudas con su reciente pasado que el mero hecho de saber que puede perder el poder, le tiene maniatado ante un futuro personal muy incierto que, en circunstancias normales, le haría pasar a la clandestinidad política y a la cárcel social durante muchos años. Lo sabe bien y por eso su único argumento de supervivencia era interrumpir lo máximo posible al objeto de no permitir que nos enteráramos de nada, desconectáramos del debate y volviéramos a concluir que ambos políticos eran iguales. Muchos pudieron conocer por fin al verdadero Pedro Sánchez.

Desconozco si lo consiguió, pero intentarlo lo intentó durante las casi dos horas en las cuales los periodistas quedaron en entredicho, con dos comunicadores que dejaron la profesión a la altura del betún. Jamás hubiera pensado que nadie llamaría la atención a un maleducado del calibre de Sánchez que no hizo otra cosa que interrumpir a su adversario, demostrando su incapacidad, desconocimiento, pésima preparación, falta de respeto y miedo ante un candidato mucho más templado y con los deberes bien preparados. No es Núñez Feijóo santo de mi devoción, pero anoche sentí verdadera vergüenza del presidente del Gobierno que tenemos.

No sólo puso de manifiesto aquello que una importante mayoría de españoles ya conocemos desde hace años, sino que hizo gala de ello. Un cínico redomado incapaz de reconocer un solo dato de los aportados por su adversario, negando todas y cada una de las arbitrariedades y barrabasadas cometidas en estos cinco años, no reconociendo su culpa en la ley del Sí es Sí o sus pactos con asesinos y enemigos de España. 

Es decir, negando ante todos los españoles lo que le hemos visto hacer, afirmar y firmar durante todo este tiempo. Un tipo tan falso, oscuro y judas que era incapaz de callar ante la oferta de dejar gobernar la lista más votada, un tipo que sólo era capaz de atacar a su contrincante hablando de otro partido que no estaba en el debate. Un tipo, en fin, incapaz de demostrar, a través de la serenidad que reina en aquel que tiene los deberes hechos y su conciencia tranquila, todos y cada uno de los éxitos de su gestión durante sus años de gobierno, aportando datos y dejando hablar al contrario… un tipo incapaz de no hacernos sonrojar al recordar que quien hablaba era el presidente del gobierno, dando la sensación de que estábamos escuchando al macarra de turno, al sobrado que llega al colegio repeinado de gomina y que sólo por lo guapo que es hay que aprobarle el examen. Un déspota.

Mi conclusión es sencilla. No sé con claridad hacía donde se encamina España si gobierna Feijóo, un tipo flojo, dudoso en algunas cuestiones esenciales y que en Galicia también ha dejado señales de preocupación, pero sí sé que, si continúa Pedro Sánchez en el poder, el futuro de nuestro país estará en una cuerda floja que nos va a tener a todos en una contención continua de la respiración.

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