Rodeado de libros y misterios, rumbo a Galicia

Leopoldo Bernabeu

“Mi homenaje a Rosita”

Ha llegado el momento, no hay vuelta atrás. No es cosa baladí, impone la idea, o quizás sea la edad, o yo que sé, pero cuando llega el momento de viajar, algo me da miedo, sé que voy en busca de mí mismo y eso es siempre complicado porque cada vez me pido más explicaciones. Un buen número de curiosas sensaciones acechan el freno de mano a pesar del tiempo esperado, las rutas definidas, las ideas desechadas y, sobre todo, el mérito adquirido durante once meses de buena radio. Salimos.

Domingo 30 de julio por la tarde, he dividido el viaje largo en tres tramos. Después de tres años en Autocaravana Vivir, algunas cosas empiezan a quedar claras, nada de largas tiradas y menos complejos en ruta, cualquier sitio tiene su encanto. Saélices es el lugar que indicó el bolígrafo en la hoja de ruta, y la primera en la frente, el Gps dice aquí estoy yo. No quiero discutir con él, siempre pierdo. Me detengo en Tarancón, a la postre el primer acierto. Grandes recuerdos de los muchos viajes a Fitur, con una anécdota que para mi padre me guardo y que siempre nos hace reír al recordarla. 

Me crezco como el Gps y aparco sin fijarme en aplicación alguna. Junto a un parque y con previsión de fresquito, algo que ya echaba de menos. Un asador me pone a prueba, una rica sopa de cocido y unas mollejas de cordero certifican el notable alto. Despacito hasta la Autocaravana y a dormir de verdad, que aun rechinan en mis piernas los kilómetros de la marcha nocturna Guadalest-Altea de la noche anterior.

Nada impide que sean los rayos de sol quienes me avisen. Un rico café y a inaugurar las pateadas matinales. La ruta me saca de Tarancón en dirección hacia sus viñedos y la cantidad de AVE que circulan en ambas direcciones constatan que es 31 de julio y nos queremos ir de vacaciones. De nuevo el Turismo, y van demasiados años, vuelve a ser quien haga que funcione este país a pesar de una clase política que le sigue faltando el respeto. Lo siento, lo tenía que añadir.

Es hora de emprender la marcha dirección Madrid con destino Cerecinos de Campos. ¿Por qué?, es sencillo, la distancia dividida en tres, ¿recuerdas? No hay absolutamente nada ahí, pero se come bien y barato, sólo hay que ver los camioneros que esperan su turno. Benavente es el destino final del segundo día. Un coqueto aparcamiento, bien habilitado por el ayuntamiento junto al super Gadis a las afueras del pueblo, me permite descansar hasta que se ponga el sol y salgamos a husmear. 

Segunda bofetada, rueda delantera pinchada, sin problema, Mapfre funciona de lujo y en una hora todo arreglado. El pueblo en sí, nada ofrece hasta que arribas a la explanada que precede al Parador, desde donde las vistas consiguen que olvides lo anterior. Una ruta en lontananza me permite ir de vuelta con la esperanza de un nuevo amanecer distinto. Pero antes hay sorpresa, la luna llena se dibuja en el horizonte y me alegra la noche, mi madre me está mirando desde lejos. La noche no puede ser más feliz, un vientecito ya olvidado me invita a dormir a pierna suelta bajo la luz del poderoso astro, hasta que bien entrada la madrugada, el frío me recuerda que estoy a casi mil metros de altura.

Los planes se cumplen y la Vía de la Plata me estaba esperando. Casi 20 kilómetros de magnífico camino, rodeado de verde, silencio y paisajes que dan sentido al viaje y te siguen enseñando que ningún mal momento debe durar mucho. Caminar en silencio es el primer paso para volver a encontrarte, resetear y comprender que sólo de cada uno depende que sea una maravilla todo lo que te rodea. 

Estoy tan cansado que decido seguir con la lectura de “La Nena”, el tercero libro de la trilogía de Carmen Mola. Después de La “Novia Gitana y La Red Púrpura” pensé que no podrían superarse. Que equivocado, sólo las primeras cien páginas son tan trepidantes que me han hipnotizado, son las tres de la tarde y aún no he emprendido el camino hasta O Carballiño, primer cambio de planes de los muchos que vendrán. Porque el destino era Baiona en Pontevedra, precioso lugar en la bahía que ya conozco y estaba subrayado como punto de inicio de una ruta que me iba a llevar, y espero que así lo haga, por toda la costa gallega hasta La Mariña Lucense. Hay tiempo de sobra.

La culpa es del libro “El Norte de España en 50 Viajes de un Día”. Ha sido el último en llegar a la familia, pero como buen bebé ha hecho las delicias de su Papá. Y la ruta de O Carballiño hasta A Guarda, mágico lugar que separa España de Portugal en la desembocadura del Río Miño, ha conseguido atraparme. Mi gozo en un pozo si esperaba encontrarme con la feria del pulpo más famosa de España, es el domingo 13 de agosto, pero la enigmática visión de la Iglesia de la Veracruz, el agradable y clasista bullicio de sus calles y, sobre todo, su espectacular cementerio antiguo, dan Fé que ha sido un acierto subir hasta aquellas tierras del Ribeiro.

Pasadas las 48 horas desde que salí de Finestrat en dirección hacia el mundo, y sin penetrar todavía en exceso en mis reflexiones filosóficas, he decidido venir a dormir a Ribadavia, un lugar que llegó a ser capital del antiguo reino de Galicia, imbuido por los textos que me hablan de la fusión de dos ríos y un excepcional conjunto histórico. Son las 10 de la noche y suenan las campanas, pero esto es Galicia y aquí aún es de día, por lo que las Meigas y la Santa Compaña todavía no han salido de sus misteriosos lugares.