¿Quién asfixia a la clase media española?

En ocasiones, los medios de comunicación revelan hechos, de facto, noticiosos, sorprendentes, inesperados. En otras, se limitan a poner negro sobre blanco lo que es a todas luces, y para todos, evidente. Así, hace unos días, caía como una losa el titular “La clase media languidece en España por la falta de relevo de los 'millenials'”. El origen estaba en un informe de la Fundación La Caixa, que advierte de que la falta de oportunidades laborales de calidad para los más jóvenes polariza la sociedad, con unos ricos cada vez más ricos y unos pobres cada vez más pobres.

El desarrollo de la historia se iniciaba con Enrique, un profesor de Citología en un ciclo de grado superior para técnicos de laboratorio, con contrato temporal y a tiempo parcial que renueva año a año y combina con el estudio de una segunda carrera. En la treintena, comparte piso y ni se plantea meterse en una hipoteca: “¿Estás de broma?”, replica ante dicha perspectiva.

A su edad, su padre, ingeniero de telecomunicaciones, ya tenía a su primera hija y pagado el piso en el barrio de Les Corts de Barcelona. Ahora ya jubilado, encarna el prototipo de clase media que su hijo, de momento, no ha podido mantener, y probablemente nunca ya podrá alcanzar.

Resulta devastador certificar que en una sociedad que presume de tener a jóvenes mejor formados, mejor preparados, más instruidos (¿es eso verdad o sólo un mantra?), cada día más de esos jóvenes resulten incapaces de tocar el verdadero nivel de bienestar de sus padres.

Hace tres décadas, con un sueldo por hogar, esa clase media formaba una familia de 2 ó 3 ó 4 hijos, podía cambiar de vehículo con normalidad, finiquitaba la hipoteca de la vivienda en diez años a lo sumo, disfrutaba incluso de una segunda residencia en la playa… y, por supuesto, podía financiar (en centros públicos o privados) la carrera de sus vástagos.

El engaño, hoy, es más que considerable. Ese confort ha desaparecido, esa estabilidad también, y también la tranquilidad de saber que había un progreso cierto (material y no material) en cada unidad familiar y un estilo de vida muy consolidado.

Especialmente España, que presenta unos datos pavorosos, de puro desastre en el ámbito de la OCDE, debería reflexionar sobre el sentido que tiene seguir engordando un Estado con rasgos burocráticos, oneroso, que sobrevive de espaldas a la economía productiva y estrangulando a ésta vorazmente por la vía de unas cargas fiscales insufribles para el ciudadano medio.

Vamos tarde. Pero aún queda un margen de maniobra por delante para evitar que el sobreendeudamiento que se afronta en cada domicilio y que nada tiene que ver con las necesidades de sostenimiento del Estado del bienestar se transforme en pura agonía. Es imprescindible elevar la voz ante unos políticos, seleccionados con la peor calidad que jamás se ha visto, que permanecen ciegos, sordos y mudos… pero siempre con los bolsillos abiertos para esquilmar al prójimo.