Pedro Sánchez es el mejor aliado de Carlos Mazón. Leopoldo Bernabeu

Leopoldo Bernabeu

Inicio la semana en Aire fresco con el mismo pensamiento que se ha ido moviendo por mi cabeza durante todo el fin de semana, y que ahí sigue. Siempre he tenido muy claro que, en política, mucho más que en la vida profesional, la suerte es un factor fundamental para triunfar. Matizando que ese triunfo nada tiene que ver con la propia valía, ahí tienen ustedes los miles de casos de personajes que, de la noche a la mañana, han triunfado en política y, por supuesto, arruinado todo lo que gestionaban. Una cosa lleva a la otra y es que esa suerte viene a ser, con demasiada frecuencia, una desgracia para todos los que la padecen. Se demuestra, por terminar esta introducción, que donde se ponga la formación se prescinde de la suerte sin alteración alguna. Pero claro, donde hay estudios y cultura, no suele haber un político en ciernes. ¿Han oído hablar de la ley de Murphy?

Vienen estas palabras a colación del resultado de la encuesta publicada en Información este fin de semana, estudio que confirma que el PP va a ganar en la Comunidad Valenciana, aunque de candidato pusiese un palo de escoba, siendo Carlos Mazón un valiente chaval formado y dispuesto a darle nuevas glorias a nuestro territorio pero que, de momento y lleva muchos años en política y tres de presidente en la Diputación en Alicante, no le conoce más de la mitad de aquellos a los que aspira a convencer, agrandando el porcentaje conforme subimos kilómetros hacia Valencia y Castellón. Tiene por tanto la suerte de la que hablaba. En su caso, además, en doble sentido, que es el perfecto redoble de campanas con el que sueña cualquiera que quiera progresar en esto de hacer carrera donde no se piden certificados ni currículums.

Empezando por pertenecer a uno de esos dos partidos enclavado dentro del binomio que siempre gobierna, lo que de por sí garantiza un 20% de los votos, aunque nadie sepa quien eres, y estar hoy en primera fila de un PP en alza dirigido por un Núñez Feijóo al que sí conocen los valencianos tanto como al todavía presidente del Gobierno, son dos tarjetas de presentación que garantizan éxito al que las aporta y disimulan la capacidad del interesado, todavía por demostrar. Si a eso le unimos el trascendental y fatídico hecho de que con los recientemente conocidos presupuestos generales del estado, donde la provincia de Alicante es la última de 52 en la lista de inversiones, se concluye que Pedro Sánchez se ha convertido en el mejor aliado de Mazón en su carrera hacia la Generalitat Valenciana, para cabreo infinito de su actual inquilino, un Ximo Puig, tan consciente del descalabro urdido por su jefe, que no sólo ha sido el primer barón rojo en contradecir la subida de impuestos a tocomocho, sino que abandera el grito regional contra el injusto reparto de fondos públicos para los valencianos, con especial inquina hacia los alicantinos.

Hay que agradecer a nuestro presidente de gobierno el importante ahorro en asesores políticos que de cara a la campaña electoral va a tener que gastar Carlos Mazón, cuya partida deberá emplear al 100% sólo en hacerse más visible. Conocido el dato de que Alicante está en la posición 52 de 52 en la inversión de dinero que el estado compromete con cada provincia, sólo es necesario recordar que el recorte del trasvase de agua del Tajo al Segura poniendo en riesgo la huerta de la provincia, la congelación del programa del Imserso que con la actual inflación es más bien un tijeretazo que cierra el paso a que decenas de hoteles puedan participar del programa, y la devaluación de la conexión del AVE con Madrid, relegándonos a la cola del éxito empresarial, son tarjetas de presentación cuyo candidato popular deberá tener a mano en cada mitin e incluir en su programa electoral. Sin agua, sin turismo y sin empuje empresarial, pronto dejaremos de llamarnos Alicante para adoptar el nombre de provincias tan bonitas como Soria, Cuenca o Teruel…

Y en esta inagotable fuente de suertes que el bueno de Mazón ha acumulado sin pedirlas ni trabajarlas, hay que incluir también el aumento de las cotizaciones a 1,4 millones de trabajadores, un ¿insignificante dato? del que nadie avisó cuando a bombo y platillo se presentaron los nuevos presupuestos, y que supone otra piedra en el zapato de un progreso muy tocado de por sí gracias a la desbordada inflación que cierra empresas y que a partir de ahora impedirá contratar a las que sobreviven.

«Hay 90.000 millones más en ingresos que en 2018 y no vienen de los ricos, sino de empresas y clase media»

«El Gobierno se encarga de recaudar más y más, pero no soluciona los problemas que tiene el país»

«El aumento de la presión fiscal es un lastre adicional para las empresas»

«Hay que ir con muchísimo cuidado con el incremento de costes a las empresas»

«La subida de impuestos dificulta la actividad de las empresas, también de las pequeñas»

«Son unas cuentas que nos hacen más pobres a los ciudadanos de ahora y a las futuras generaciones»

«El ciclo económico va a peor y vaticina un crecimiento muy inferior al 2,1% que proyecta el Gobierno»

«Los supuestos de partida de las cuentas son optimistas incluso respecto a la situación del presente»

«No están enfocados a conseguir que la economía gane en productividad y competitividad»

«Cuando hay tanta deuda pública el mercado espera que vayas más allá en su rebaja; se hace lo contrario»

«Lo que más preocupa es la dinámica del gasto, que sigue creciendo, especialmente en pensiones»

«Se ha enviado la señal de que no se repara en gastos»

Todas estas frases que acabo de recitar no son mías, sino de distintos expertos en economía de todos los espectros de la sociedad, que han analizado un documento que resulta maravilloso de cara a la galería de una casta política enfrentada a unas elecciones de las que depende su futuro económico, pero que en nada se ajustan a las necesidades reales de un país que está endeudado hasta las orejas, galopa desbocado hacía una recesión de la que muchos avisan, y que como se puede comprobar sin necesidad de seamos ninguno de esos expertos, está en manos de un grupo de suicidas conscientes de que gasten lo que gasten y dejen al país como lo dejen, si el año que viene vuelven a triunfar seguirán en el machito como si no pasara nada, y si los ciudadanos les enviamos a su casa, se marcharán con la tranquilidad de saber que están amparados por unas absurdas leyes que les permitieron hacer tal estropicio sin necesidad de dar explicación alguna por ello.

Y al tiempo de todo lo que conocemos sobre la importancia de esta noticia, la que va a lastra el futuro de las próximas generaciones, pero cuya trascendencia se volatiliza con la misma velocidad que los cánticos de unos chavales en un colegio mayor, esta semana bastante tenemos con seguir los esperpénticos capítulos que se salpican en nuestros más altos tribunales, descabezados ya por la patética obsesión de un clase política empecinada en querer controlarlo todo, situándonos a la altura de cualquier país africano en cuanto a seguridad jurídica. Todo esto a de 24 horas de que se celebre el día la nación y un desfile militar cuya seguridad, algo lógico después de lo que vamos viendo, también ha quedado en entredicho con la filtración de documentos que ofrecían pelos y señales sobre cualquier detalle del recorrido de nuestros propios monarcas.

Y como yo también soy humano y padezco los mismos males sociales que los demás, me regocijo con una noticia ridícula en su importancia, pero satisfactoria para mi ego y profesión, dando gracias a la divinidad al conocer que Pablo Iglesias fracasa en el intento de ser profesor de periodismo.

Lo contrario habría supuesto mi entrada en las listas del paro. Saber que semejante personaje podría llegar a ser maestro en este bello oficio, en el que se requiere objetividad, independencia e imparcialidad a la hora de informar, habría supuesto mi jubilación anticipada.

De momento sigo aquí disfrutando de lo votado.