Las Médulas, Astorga y Chinchón, lugares de ensueño que abarcan la España infinita. LEOPOLDO BERNABEU

Entrar en la recta final del viaje no es más que empezar a diseñar el siguiente. Cuando viajar en Autocaravana ha pasado de ser un hobby a un modo de vida, es así como funciona la mente. Pero no nos precipitemos, aún quedan un par de días y aquí nada ha terminado. Recuerdo que dejamos el último capítulo aparcados en la entrada de Las Médulas, escribiendo rodeados de un paisaje semi lunar que por momentos hace pensar que hemos cambiado el mapa. Y sólo acabamos de salir de Galicia para volver a tierras castellano-leonesas. El lugar se vacía, sólo nos acompañan los aullidos lejanos de algunos perros y la noche envuelve de nuevo Autocaravana Vivir. Grandioso.
Tras una noche menos fría que algunas de las vividas en tierras zamoranas, estamos prestos y dispuestos a patear esta zona de la que tanto hemos oído hablar. Hay dos posibilidades, nos decantamos por la senda de Las Valiñas para iniciar la ruta por la mayor mina a cielo abierto de la época romana. Un sendero de suelo añejo y bien marcado nos conduce a la espectacular Cuevona, una de las decenas de cavidades que han hecho famoso este lugar Patrimonio de la Humanidad, esta con especial relevancia por su inmensa y llamativa cavidad.
Caminar rodeados de castaños centenarios, lagunas, picos y galerías, es la perfecta premonición de lo que nos espera durante el trayecto hacia el mirador de Orellán, el mejor lugar par disfrutar de Las Médulas. Eso sí, después de haber ganado el aparatoso y agotador ascenso por un verdadero kilómetro vertical. Pero todo vale la pena cuando te encuentras junto a una de las mayores obras de ingeniería de la antigüedad. Más de 400 kilómetros de canales, algunos con más de 100 de longitud, nos están esperando. Fastuoso.
Un dramático y vistoso balcón que se asoma a las antiguas minas de oro romano, te predispone para adentrarte en una galería bien conservada, tributo a lo que esta región significó hace dos mil años. Cien metros por un antiguo conducto de agua de la explotación minera que se bifurca bajo la tierra y te obliga a caminar encorvado en alguno de sus tramos, consigue que todo esfuerzo por llegar hasta aquí haya servido. Devueltos los cascos y escuchadas las sabías palabras del técnico que sobre la historia de la zona nos ilustra, ahora sí, por la senda perimetral, nos esperan otros seis kilómetros de colorista caminata, disfrutando con la mirada los cerros, los picos, la nieve y los paisajes más espectaculares que separan Galicia de Castilla-León mientras regresamos a Las Médulas. Pueblecito de la España interior que nos espera para darnos de comer al calor de la chimenea viendo como el cielo se cubre de nubes que amenazan lluvia y tarde de viaje, lectura y nuevas experiencias.
El siguiente destino está cerca, pero no es la vecina Ponferrada, donde Vivir ya ha estado dos veces, sino esa otra ciudad que se encuentra en tránsito entre el páramo leones y los montes de León. Astorga ejerce como núcleo vertebrador de las comarcas de la Maragatería. Famosa por la importancia de sus monumentos, por Gaudí y por haber sido el campamento de la Legión romana Décima Géminis, esta belleza románica nos permite tomar aposento junto a su vetusta plaza de toros al lado de otros tantos soñadores de cuatro ruedas. Todos convencidos de que los mantecados, la cecina y el chocolate, supondrán un grato recuerdo de nuestro paso por Astúrica Augusta, el primero de sus nombres, aquel que le otorgó Octavio Augusto cuando la fundó.
Astorga, cruce de caminos de vías romanas, Camino de Santiago y la famosa Vía de La Plata, nos recibe en una tarde nublada y con frío intenso, ingredientes esenciales para darle más carácter a su espléndido centro medieval amurallado de origen romano. Una ciudad destruida y construida varia veces que deslumbra con su imponente Catedral, el centenario Palacio de Gaudí, hasta 7 iglesias y conventos todos muy cercanos entre sí, la plaza mayor, los relevantes museos… y un paseo al anochecer junto a las murallas y el jardín de la Sinagoga. Todo un espectáculo visual que nos da permiso para afirmar que hemos vuelto acertar. En esta histórica España pocas veces se puede fallar.
Amanece y de nuevo lo echamos a suerte. Dos horas después la experiencia no ha podido ser mejor. Un camino de tierra me saca de Astorga viendo su Catedral a mi derecha en dirección al Camino de Santiago que me indica los 258 kilómetros que todavía los peregrinos han de recorrer hasta la capital universal de Galicia. Recorro algunos dándome cuenta del beneficio que para el espíritu ha de significar este trayecto que empieza en la francesa San Juan Pie de Puerto, donde hace poco estuvimos con Autocaravana Vivir.
Iniciamos el descenso por la piel de toro en dirección hacía Benidorm. Nuestro último destino es un consejo de María Jesús, un bonito pueblo del sur de Madrid, dice ella, donde estuvo en su juventud. Se queda corta en su advertencia, pues Chinchón nos sorprende desde el mismo momento en que la carretera de Ciempozuelos nos deja disfrutarlo al doblar una curva. Un espectáculo visual que más tarde se confirma al pasearlo, siendo su Plaza Mayor, una especie de Plaza de Toros a la antigua usanza, el centro neurálgico de un pueblo que vibra esperando sus famosos carnavales mientras su olor a licores y sus pellizcos de novia, hacen las delicias de cuantos por allí nos encontramos. El Castillo de los Condes, la Torre del Reloj o el Monasterio de los Agustinos, hoy Parador de Turismo, son los apéndices que decoran de forma extraordinaria una visita que ha sido otro acierto.
Insisto, España es infinita, está llena de sorpresas. Y Autocaravana Vivir un acierto. Justo ahora que cumple dos años, nos ha cambiado la vida. Hasta muy pronto, ser muy felices.