Las consecuencias de tener un Hamelin disfrazado de Robin Hood. Leopoldo Bernabeu

Leopoldo Bernabeu

Terminando la semana en Aire Fresco, me acerco en mi reflexión diaria a la importancia que tiene lo que siempre hemos conocido como las “consecuencias”. Podemos dejarnos guiar, algo que cada vez hacemos con más facilidad y menos exigencia, por cantos de sirena que nos indican como tenemos que hacer las cosas y conducirnos por la vida, disfrutando de esa mentira que nos regala la facilidad de los hechos. Hemos entrado en una época tan extraña que cuesta acertar en la búsqueda de las palabras que resuman la lluvia fina que nos cala sin darnos cuenta que nos mojamos. El día que estemos empapados y resfriados será tarde para reaccionar. Nada es porque sí y toda iniciativa se basa en el interés de alguien. No saber ya ni como debemos hablar por miedo a la represalia, no es más que una de esas consecuencias a las que me refiero. El paulatino control de nuestros movimientos ya está aquí y no lo estamos combatiendo.

Tres prácticos y elocuentes ejemplos saltan a mi ordenador mental para ayudarme a explicar algo tan obvio que, en momentos de normalidad, no hubiera ni imaginado que utilizaría para describir un paisaje tan alarmante y desolador. Si nos dejamos engatusar durante demasiado tiempo, nos exponemos a doblar la rodilla para siempre. En ese sentido resulta preocupante la escalada de violencia que desde hace años se viene dando en el mundo de los jóvenes. No sólo hemos dejado de sorprendernos con las violaciones en manada o el fracaso escolar continuo, sino que cada vez son más los asesinatos entre menores de edad o la agresión de hijos a padres. Ahora conocemos que, además de ser el país de la unión europea con la tasa más alta de paro juvenil, el 30% de nuestros chavales ni siquiera acaban los estudios primarios. ¿Es o no consecuencia de la permanente bajada en la cualificación escolar?, ¿es o no consecuencia de haber cambiado hasta 7 veces las normas educativas en tan pocos años de democracia?, ¿es o no consecuencia de haber delegado el control de la educación a unas comunidades autónomas más interesadas en adoctrinar a nuestros hijos que en enseñarles? Un país donde existen millones de españoles que tiene que luchar para que sus hijos puedan estudiar en su propia lengua, es un país enfermo, una nación con los pilares básicos torcidos, un estado donde nos hemos olvidado que esa es la base de todo el porvenir. Permitir que pasen de curso sin la mínima exigencia de aprobar las materias del anterior, es un error histórico de consecuencias impredecibles. Nos quieren analfabetos y ese es el camino más corto para controlar nuestras vidas.

Cuando la sociedad se relaja y olvida la importancia del esfuerzo y el control de lo que le pasa, se crean generaciones de perdedores y monstruos que tienen más fácil el imponerlas. Otro ejemplo de plena actualidad es la Rusia de hoy y su antaño admirado Putin. Se está repitiendo la historia del siglo pasado y casi en los mismos años. Primero Lenin y luego Stalin, condujeron a esa gran potencia al desastre humanitario más grande que se recuerda, engañándoles con la arcadia feliz para terminar masacrados en dos guerras mundiales los que antes no habían muerto de hambre o se habían quitado la vida por desesperación. Es lo que algunos no quieren entender que se llama comunismo. 

Negar que algo similar es lo que estamos viviendo, es querer seguir con la venda puesta en los ojos. La clase política que nos gobierna nos está conduciendo, poco a poco y paso a paso, con sigilo pero sin detenimiento, por estos peligrosos senderos. Primero destruyendo los pilares de la educación para tener bien adoctrinadas a las siguientes generaciones, a la par que hundiendo nuestro modelo de vida acercándonos una pobreza paulatina que con paciencia va esquilmando nuestra principal clase social, hasta el punto de convertirnos a todos en pobres y ricos, aniquilando la clase media que equilibra cualquier potencia desarrollada.

Un gobierno que fusiona su destino a los que han asesinado a cerca de 900 españoles durante 50 años y a los que hace quisieron partir España a través de un golpe de estado, jamás puede ser considerado como un gobierno noble y leal a lo previamente construido por nuestros antecesores. Tenemos a los mandos a un egocéntrico capaz de arrasar el equilibrio institucional de cualquier administración, monarquía y justica incluidas, con tal de seguir en el púlpito, consciente de que ese camino conduce a situaciones ya descritas en la historia. Esas son las consecuencias y no las estamos corrigiendo.

La parte positiva de todo este engranaje perfectamente pertrechado y que sigue cautelosamente su camino de avance, es el pasotismo de una sociedad que cada vez se inhibe más de lo que hacen sus políticos porque creen que su actuación les afecta menos. Ojalá me equivoque, será un honor reconocerlo, pero mientras nadie demuestre lo contrario, son esas élites, previamente elegidas con nuestro indolente voto, quienes deciden nuestro destino. Y mientras hemos tenido dirigentes sensatos como González o Aznar, e incluso torpes como Zapatero, mejor o peor hemos caminando hacia delante. El problema es cuando a una nación le surge un Putin o un Sánchez, qué con sus diferencias, muchas de las cuales están parapetadas en normas europeas difíciles de cuestionar, se da cuenta, a veces tarde, que tienen un serio problema. Millones de rusos ya lo saben… tarde otra vez.

Esas mismas consecuencias, las del esfuerzo y el prestigio en el lado opuesto de la baraja con una doble cara que existe y está en nuestras manos cambiarla, tenemos la élite de un deporte que en España nos conduce con orgullo por todo el planeta. Marc Gasol, Rafa Nadal y Fernando Alonso, son tres resúmenes perfectos. El primero ya retirado y los otros dos cerca de ese implacable destino, siguen levantando admiración allá por donde pasan. Es la consecuencia del esfuerzo, de la formación, de la entrega, de la disciplina, todos esos valores que hemos ido quitando a nuestros chavales en su base inicial y que también tienen como objetivo nuestros actuales gobernantes para con todos nosotros.

Lo dije ayer y lo repito hoy, ¿quién puede estar en contra de que a nuestros mayores se les suba la pensión un 8,5% o a los funcionarios un 3,5%? Preguntado así, nadie. Y cualquiera que se manifieste en contra, tendrá toda la fuerza mediática, perfectamente asilvestrada, persiguiéndole. El problema está en que nadie quiere explicarnos que ese descomunal gasto se puede llevar a cabo única y exclusivamente porque estamos ante un trascendental año electoral que anuncia el final de Maquiavelo y sus chiringuitos en la Moncloa. Ese infinito desembolso que pagaremos durante muchas generaciones que ahora aplauden desde la ignorancia, se hace con unos recursos recogidos previamente de la brutal subida de impuestos que ha ocasionado la inflación que nos ahoga y con los fondos europeos que tendremos que devolver a nuestros vecinos. No dejes que te sigan engañando ni actuemos en contra de quien razona las reflexiones.

Un Gobierno preocupado de verdad por el bienestar de sus ciudadanos, habría bajado masivamente los impuestos y permitido que fuera la libertad de los ciudadanos la que decidiera el futuro y destino de ese gasto, no la esquilmación del bolsillo para repartir después lo usurpado al estilo Hamelin como mejor les convenga electoralmente, a base de paguitas, cheques regalo, y subida generalizada de sueldos a pensionistas y funcionarios sabiendo que son 13 millones de posibles votantes. Eso sí, mientras los otros 15 millones de trabajadores del sector privado ven como cada vez les es más difícil llegar a final de mes al tiempo que vuelven los cierres de empresa y las colas del hambre. Pero mientras estos últimos sean minoritarios, el cazo esté lleno para repartir y el mango controlado por los mismos, que se apañen como puedan los demás.

Ya sabes, cada vez queda menos para virar este desolador paisaje, pero mientras ese momento llega, disfrutemos de lo votado.