Europa: hacia un proceso reconstituyente
El discurso de Draghi ante el Parlamento Europeo el miércoles pasado no tiene desperdicio. Contiene muchas de las consignas de lo que se va a debatir en Europa los próximos meses, un auténtico proceso reconstituyente, en toda regla. Es también un buen aperitivo a la alocución que se espera de Macron la semana que viene, quien ya en su momento en una reunión del Consejo a raíz de la respuesta institucional que merecía la crisis de Ucrania, anticipó la necesidad de "reconstruir toda la arquitectura europea". La dimensión múltiple de la crisis ucraniana, que se une a la reciente del covid, percute en toda la precariedad del armazón institucional europeo dejando al Continente expuesto ante la intemperie de los elementos. En palabras del mandatario italiano: "las instituciones que nuestros predecesores han construido... han servido bien..., pero son ya inadecuadas para la realidad a la que nos enfrentamos hoy". Lo que se cuece, sin duda, es el paso de un modelo de gobernanza intergubernamental a otro que dé cabida a un estrato federal.
- El mundo de ayer: Maastrich y lo intergubernamental
Estas dos crisis exógenas globales, covid y Ucrania, vienen precedidas por un cambio tectónico en la geopolítica desde la primacía indiscutible americana a la emergencia política de China, que ha llegado a vindicar un papel de liderazgo global (sic). De paso, ha inquietado lo suficiente a EEUU como para que Biden no haya tenido reparo en recoger a pies juntillas todo el legado frentista de Trump.
A tiro pasado, esa emergencia política de China, consecuencia del salto en desarrollo económico más potente de la Historia, de la propia mano americana (en 20 años y para un país de 1.400 millones de personas), y su impacto en jurisdicciones occidentales, ha sembrado resquemores y consecuencias. El corolario político económico en la agenda occidental está siendo la recuperación de la cohesión social y la vertebración interna, un auténtico cambio de paradigma liderado por EEUU y al que Europa aspira. Ahí están, por ejemplo, las cadenas de valor en reconfiguración, desde la eficiencia y el "just-in time" de una globalización imperturbable, a la seguridad del aprovisionamiento y la demanda interna. Somos occidentales y estamos en la OTAN felizmente, pero esta dinámica de polarización compele a ambos extremos a jugar Europa, esclava de la dispersión, según sus propios intereses. La apelación a un "federalismo pragmático" realizada por Draghi invita al foro parlamentario a interpretarse como un sujeto político en la escena global, capaz de hacer valer su propio interés si fuera capaz de definirlo.
El gran obstáculo para la concreción de ese espacio político que asuma un interés propiamente europeo reside obviamente en un modelo de gobernanza anclado en lo intergubernamental y en su peor versión, el nacionalismo... Desde una política exterior que exige todavía unanimidad para avanzar y que de facto somete cualquier acción al improbable y nimio consenso de todos, o la propia ascendencia jerárquica del Consejo sobre todo el entramado institucional europeo, son prueba de ello. Sin duda fue Merkel la que, durante años, sobre todo su última legislatura, hizo del enroque en este criterio, una fuente de réditos propia, pero a la larga poco "europea". Las dilaciones perennes en el impulso reformista de su última legislatura marcaron toda una época de aversión a la compartición de riesgos y, de paso, a la más pura complacencia. Al fin y al cabo, bajo el BCE todo el espectro político vivió muy cómodo. Que lo digan por aquí.
En este contexto, ningún Tratado resulta más obsoleto hoy en día que el de Maastricht (1992), que construyó la unión monetaria y el euro, pero dejo la unión fiscal al amparo exclusivo de las soberanías nacionales. Por sus carencias rompió la crisis del euro, una crisis que el BCE sujetó durante 7 años por los pelos. Hasta hoy, cuando se visualiza una salida inevitable… Son 30 años de vigencia, 20 con el euro, y varias crisis encima. El panorama de fragmentación entre un norte acreedor y exportador y una periferia deudora (y ya no tan importadora) se ha cementado aún más, haciendo del euro en su actual diseño una estructura de divergencia tan insostenible como frágil. Para paliarla, la única reforma institucional de calado ha sido la respuesta a la crisis covid en forma del Next Generation. El fondo rompió líneas rojas impensables durante la crisis del euro: financiación conjunta y transferencias netas a los más perjudicados, pero es interino.
La perpetuación del 'statu quo', que de fondo nunca se arregló con la crisis del euro, solo se tapó favorecidos por una coyuntura global de bancos centrales, impide el cumplimiento combinado de aquellos dos principios de gobernanza económica pública, sencillitos que entiende todo el mundo, masacrados por toda una época: la integridad fiduciaria del dinero, en clave federal con el BCE, y los equilibrios presupuestarios, en clave exclusiva nacional. Efectivamente, mercados, académicos y Bruselas saben que con Maastricht en la mano: o quiebra la periferia (España e Italia, etc.) o se hipoteca el BCE sin límite (ya imposible por salida). Esa es la fina capa sobre la que se levanta el edificio... - Europa a contra reloj: "Debemos movernos a máxima velocidad" Con la fiesta acabándose, es decir con un entorno en el que la presión de tipos ante la inflación es global y alcanza ya a Europa, la tercera vía: una financiación mancomunada, en la forma del Next Generation, o un eurobono, es la única solución pragmática, viable al largo plazo. Además de la dependencia energética de Rusia o el cierre de nucleares, Merkel probablemente también se equivocó fatalmente cuando dijo, preguntada por el eurobono en 2011: "nunca mientras viva". Draghi en su discurso invita a considerar la figura permanente.
Para los más desaprensivos y pusilánimes, cabe recordar que los niveles de exigencia y disciplina que conllevarían semejante innovación tendrán que ser muy superiores a los precedentes. Como se distribuyan las cargas en favor de la cohesión social europea muy tocada geográficamente por la fragmentación de 12 años, ya es otra cosa. La coyuntura en mercados es tal que la subida en el coste de la deuda soberana europea no se ha hecho esperar. Se trata, sin duda de un cambio tectónico estructural donde acabada la fiesta de bancos centrales que ha durado casi 15 años, y la caída de tipo que ha durado la friolera de 40 años, retorna poco a poco el concepto, ya diluido en la letanía de los tiempos, de coste de capital... La dimensión real de este cambio histórico solo se atisba.
Lo crítico para Europa es que la probabilidad de que tales subidas enciendan un proceso de fragmentación financiera similar al acontecido durante la crisis del euro- la ampliación de 'spreads', es real y creciente según suban el coste de soberanos. España ya paga un 1% e Italia, con un stock de deuda incrementado al 150% sobre PIB, un 2%. El único dique de contención con el que el mercado se calma es la financiación mutualizada el 'joint liability', fenómeno observable prácticamente con una sensibilidad al día. Así por ejemplo, cuando se menciona la posibilidad de un Fondo Europeo de Defensa, al albor de aquella reunión del Consejo para sondear la respuesta institucional a la guerra de Ucrania, el mercado se relaja.
- Nuevos escenarios, nuevos problemas, nuevos instrumentos
La presión hacia un proceso reconstituyente no compete únicamente a los mecanismos de financiación que protejan la estructura del euro. Por el lado de activo, en lo que se gasta, el cúmulo de problemas recoge las carencias de la última década: la fragmentación acumulada entre norte y sur durante las crisis del euro y covid (coincidentes) o el proceso de infra inversión propio de toda una época en la que adolece la "demanda interna" (en inglés 'secular stagnation'). Comprende además todas las necesidades manifiestas en las crisis recientes, desde la defensa, la digitalización, la transición energética, la seguridad en alimentos o la gestión integrada de la inmigración. En fin, casi todas ellas partidas cuya gestión tiene todo el sentido abordarlas desde un plano "federal" puesto que son fenómenos de naturaleza eminentemente global. De ahí la connotación de "federalismo pragmático" invocada por Draghi para la estupefacción de toda esa derecha radical europea tan pintoresca en su empeño nacional.
Obviamente, con la salida impostergable y estructural de los bancos centrales, dejando atrás ya su oda al paroxismo con implicaciones sistémicas por ver…, el cajón de política económica se adapta a la geopolítica de los tiempos, una en la que cada jurisdicción de bloques mira con recelo la globalización y con celo la protección de su cohesión social y vertebración interna. Un tributo a la intemperie que nos rodea, desde el díscolo Trump (o un EEUU imprevisible), pasando por el vindicativo Xi Jinping hasta el autócrata sanguinario, Putin. Política industrial y política fiscal, ahora desde un centro neurálgico europeo (a diferencia de los planes del fondo Next Generation), son instrumentos que se perfilan como útiles para abordar la naturaleza de la problemática: la fragmentación y la indefensión bajo un armazón inter gubernamental disperso. Ciertamente no han estado muy de moda durante décadas, sin duda, para nuestro propio perjuicio, aunque ahora en retrospectiva cueste reconocerlo. Llevamos una década, sino más, de decadencia relativa. La reforma de los Tratados empezando por Maastrich es un 'sine qua non' para que Europa se asegure capacidad de maniobra suficiente en este nuevo entorno. Conviene no estar atados ni por prejuicios ni por ideologías y fiar mucho a la precisión del diagnóstico. El mundo está pero que muy revuelto entre bancos centrales y populismos. Ahí tiene todo el sentido la invocación de Draghi al pragmatismo, la valentía y el coraje. La desconexión secular entre las élites de Bruselas y el ciudadano de a pie ha residido en buena parte en la falta de espacio político en el que arbitrar un discurso. Un espacio político que la reforma de Tratados puede crear.
Macron, por su parte, es un político tan atípico como excepcional, caracterizado por un conocimiento profundo de la problemática y toda la vocación a comunicarse con el electorado. Habrá que estar muy atentos al detalle de su discurso la semana que viene con motivo del día de Europa. La combinada del francés con Draghi y un gobierno alemán consecuente con la realidad que nos desborda, es una buena entente para facilitar a Europa ese estrato federal. El esfuerzo político que va a requerir el empeño en todo el Continente, es descomunal. No deja de ser interesante que en este tránsito de épocas con la geopolítica conformando la globalización, la irrupción de un Europa política en un mundo bipolar de tintes irremediablemente nacionalistas, acceda a preservar lo que merece de la anterior y proyectar lo que prospere en la futura. Un papel potencialmente singular y meritorio.
*Fernando Primo de Rivera es economista, abogado e inversor.