Dice un proverbio sioux que la religión es para quienes tiene miedo de ir al infierno, mientras que la espiritualidad es para quienes ya han estado en él. Borja Vilaseca, un escritor, profesor e impulsor de proyectos pedagógicos que cuenta con un millón y medio de seguidores en las redes sociales, todavía va más lejos cuando afirma en su último libro: “hay que salir del armario espiritual”.
El título de la obra, Las casualidades no existen (Vergara), recupera un viejo axioma de los físicos cuánticos: en lugar de casualidades, hay causalidades con significado. Es decir, si la religión está perdiendo influencia no es por azar, sino por algo.
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Religión
Hay un camino intermedio entre el ateísmo y la religiosidad: la espiritualidad
La verdadera ironía de nuestra época, argumenta Vilaseca, “es que si bien a nivel material nunca antes hemos sido tan ricos, a nivel espiritual jamás hemos sido tan pobres”. Esto está motivando que cada día haya más “mendigos emocionales”, dice.
No obstante, hay un camino intermedio entre el ateísmo y la religiosidad: la espiritualidad. La clave, indica, es conectar con el interior de uno mismo y apelar al poso de sabiduría que dejan las experiencias vividas. “Si tú cambias, todo cambia”, lanza. “Lo que creemos es lo que creamos”, añade. “La verdadera espiritualidad no tiene nada que ver con las creencias que proceden de fuera, sino con las experiencias que vienen de dentro”, aclara.
Las encuestas señalan que desde 1980 no dejan de aumentar quienes se declaran ateos, agnósticos o, simple y llanamente, escépticos.
Sin embargo, el camino hasta la espiritualidad no es rápido ni fácil. De hecho, frecuentemente da lugar a banalizaciones. No es suficiente con prender barritas de incienso, sorber té verde y hacer sonar cuencos tibetanos. Porque también es habitual, precisa el fundador de la comunidad educativa Kuestiona, que quienes buscan la espiritualidad se pasen de frenada y se sientan superiores al resto de mortales, aunque su edificio espiritual tenga los pies de barro. El objetivo es otro: alcanzar la sabiduría para vivir más tranquilos y mejor.
¿La nueva religión del mundo es no tener ninguna religión?
La nueva religión del mundo es creer en uno mismo, como decía Krishnamurti. Pero esto se puede traducir de muchas maneras. Nietzsche, por ejemplo, explicó en su día que Dios había muerto, dando paso al nihilismo. Pero lo que se está viendo hoy día es que las religiones van a menos, mientras que el ateísmo, el cientificismo y la autoayuda van a más. Pero, sobre todo, lo que se está viendo es que el vacío que está dejando la religión está siendo ocupado por el culto al ego.
Según dice, vivimos un hecho histórico imparable: cada vez la gente cree menos. ¿Cuenta con datos que avalen el declive de la religión?
Alrededor de ocho de cada diez adultos continúa creyendo en Dios o sigue alguna confesión religiosa, pero la mayoría lo hace por cuestiones culturales. Me refiero a los no practicantes. Por su parte, los ateos representan un 20%. Pero, en general, el ateísmo va a más y la religión a menos. Por las conversaciones que mantengo con colegas de diferentes partes del mundo que se dedican a lo mismo que yo, está habiendo un despertar imparable de personas que, tras tocar fondo o ante la necesidad de reinventarse, no siguen el camino viciado de la religión, pero tampoco se quedan estancadas en el nihilismo y el ateísmo. Muchas de ellas, aunque todavía no lo reflejen las encuestas, están dando un salto hacia un nuevo lugar que todavía es minoritario, pero que crece de forma imparable: la espiritualidad laica.
El vacío que está dejando la religión está siendo ocupado por el culto al ego”
Tener fe siempre es un salto a lo desconocido. ¿Cuál es su consejo para hacerlo con red?
En realidad, no hace falta tener fe. Es cierto que las religiones han sufrido un descrédito, pero seguimos necesitando creer en algo que dé sentido a la vida. Pero ese sentido es difícil obtenerlo de las creencias... Por eso la gente se aferra a la fe, porque hay una duda que siempre permanece ahí: ¿será verdad? Creer ciegamente no tiene nada que ver con la experiencia trasformadora que aporta la introspección. Si la pregunta es cómo hay que saltar con red, mi consejo es autoconocerse, lo que implica descubrir el ego, el funcionamiento de la mente, las emociones… Cualquiera que siga este proceso, tarde o temprano, entrará en contacto con su verdadera esencia y, al conseguirlo, experimentará una gran dicha. Porque lo que se aprende es a estar en paz con uno mismo.
En el libro atiza por igual a las antiguas creencias como a lo que denomina el “cientificismo”, esto es, “la versión religiosa de la ciencia”. ¿Qué es para usted el “fanatismo científico”?
Del mismo modo que la religión y la espiritualidad son cosas diferentes, otro tanto pasa con la ciencia y el cientificismo. El método científico consiste en hacer conjeturas y medir, a través de la observación, fenómenos tangibles. La ciencia siempre dice: esto es verdad… hasta donde sabemos a día de hoy, pero mañana es posible que surjan nuevos enfoques que cuestionen lo que considerábamos probado. La ciencia es humilde y una bendición para la humanidad. En cambio, el cientificismo es la pata fanática de la ciencia. Básicamente, es el ego. Por eso, todo lo que no se puede demostrar con el método científico es catalogado de pseudociencia. Esto lleva al cientificismo a caer en el mismo error que el enemigo al que combate, la religión. Pero la ciencia también tiene limitaciones. Hoy día, con los métodos actuales, es imposible probar la veracidad de la dimensión espiritual. Para que esto pudiera suceder, los científicos deberían de aprender, por ejemplo, a meditar. Lo que necesitaríamos es que 5.000 científicos, por decir algo, se pusieran a meditar durante un año sobre las enseñanzas de Siddharta Gautama Buda y las pusieran en práctica para poder sacar sus propias conclusiones. En mi opinión, la espiritualidad y la ciencia están condenadas, tarde o temprano, a entenderse.