Dinan, Tréguier y Roscoff, tres escenarios de película en la Bretaña francesa

LEOPOLDO BERNABEU

Once días y 2.400 kilómetros después, las cosas se empiezan a ver desde otro prisma. Ni mejor ni peor, diferente. La adrenalina por escapar de la bendita rutina y comerse el mundo, empieza a posarse con la calma que era de esperar, dejando que den los primeros pasos esas otras búsquedas, más en el interior que en el exterior de uno mismo, y que echaba de menos encontrar desde hace algunos años. El ajetreo diario es el principal enemigo y viajar en solitario recorriendo mundo, es una buena válvula de escape para medir cuanto te conoces, hacer balance de lo recorrido y un tranquilo examen sobre lo que esperas para lo que queda.

Visitar otros lugares y conocer su historia es una magnífica terapia para entender que el ser humano lleva ya muchos capítulos escritos, que merece la pena respetarlos y que nadie es imprescindible, por lo que de cada uno depende lo que en esta vida quiera hacer. Ponerse constantes excusas no es más que un error propio de auto consuelo que solo conduce al fracaso personal.

Son algunas de las muchas reflexiones que me asaltan mientras contemplo decenas de paisajes extraordinarios recorriendo la costa norte de la Bretaña francesa. Desde que salí de la sentimental Normandía, no hago más que disfrutar de los coloridos panoramas y las gratas sorpresas que me da cada uno de los destinos que previamente he seleccionado. El bello horizonte y la amplia campiña son mis fieles y constantes compañeros de viaje. De hecho, a pesar de que llegué a Dinan al atardecer y estaba realmente agotado después de un día inolvidable desde Mont Saint Michel hasta Saint Malo, paseando también la ostrícola Cancale, fue un completo acierto hacer el esfuerzo de echar un primer vistazo a la que fue la ciudad medieval de los Duques de Bretaña y sigue siendo la que posee las murallas más importantes de la región. 

Un primer paseo por el centro de Dinan al atardecer me hizo reflexionar sobre donde estaría el techo de mis sorpresas a la hora de ver tanta belleza medieval, tanta postal en vivo, tanto escenario templario, de duendes e incluso de Blancanieves y los 7 enanitos. Pura fantasía. Ya hubo quien me dijo que estaba cayendo en el síndrome de Sthendal, un personaje que se volvió loco al visitar la inmensa belleza de Florencia. Creo que en esta parte de Francia le habría sucedido lo mismo, me está empezando a suceder a mí. Se me agotan los adjetivos para describir lo que veo, para que puedas imaginar la fotografía que te escribo.

Me marché derrotado a dormir y eso me permitió madrugar, dar mi jovial caminata matinal conociendo campos, prados y pueblecitos de alrededor, para adentrarme de nuevo, plano turístico en mano, en este museo en vivo. Sabía de la existencia de una postal característica, la fotografía de su puerto desde lo alto de las murallas y el castillo. Pero no imaginaba la belleza de sus calles medievales con la increíble y visitable Torre del Reloj, la singularidad de sus casas con entramado de madera, sus capillas, iglesias y basílica, a cual más espectacular y, sobre todo, las calles Jerzual y Petit Fort, que unen el puerto con la parte alta desde hace diez siglos. Un traslado gratuito a la época medieval sencillamente impresionante.

Proseguí mi camino pasado el mediodía hacia Tréguier, avisado de que iba camino de otra belleza arquitectónica, pero con la duda de si sería capaz de superar lo ya visto. No fue así, ni falta que hacía. Dinan, Tréguier y Roscoff, tres ciudades del norte de la Bretaña, tres escenarios diferentes. Este podría ser el titular de este artículo. Nada que ver entre sí y tanto que ofrecer a los cinco sentidos. Viajar también podría ser la gastronomía de la vista. Si comer lo es para el gusto, la buena música para el oído y el perfume para el olfato, disfrutar con la vista estos espectáculos debería considerarse así, el mejor alimento, la más deseable dieta del espíritu.

En Tréguier me esperaba una grata sorpresa, un lugar frente al río Guindy, motivo suficiente para no mover Autocaravana Vivir hasta el día siguiente. Saqué mi silla y me puse a contemplar la bajada de la marea mientras daba un buen pellizco a “la Chica del Tren” de Paula Hawkins, una intrigante novela que me tiene atrapado. Visité el pueblo y me sorprendió, como casi todos, la preciosidad de su campo santo, y la impresionante, elegante y visible aguja de la poderosa Catedral gótica de Saint Tugdual, el obispo que tanta culpa tuvo en la fundación de este municipio, ciudad terrestre, marítima y religiosa y una de las siete etapas del “Tro Breiz”, la peregrinación bretona. La aguja de la catedral está curiosamente cincelada con motivos de naipes, y el porqué reside en que su construcción fue financiada con la lotería de París. Anclada en un estuario visitado por las asombrosas mareas, al menos para un neófito en la materia, Tréguier me regaló una noche de estrellas pegado al río Guindy que seguro repetiré.

De buena mañana tuve la suerte de encontrar un sendero que bordeaba durante varios kilómetros uno de sus ríos y que me llevó hasta el bonito pueblo de Plouguiel. A mi vuelta descubrí el mercado de los miércoles, que sin ser extraordinario ni muy diferente a los que tenemos en Benidorm, sí me sedujo el poder dedicarle el tiempo que nunca puedo en mi habitual rutina. Quesos, encurtidos, ropa “de invierno” y un poco de todo, destacando claro está, las creperías, a puñados por todos lados, casi tantas como rotondas. Emprendí viaje cediendo mi privilegiado lugar a unos italianos recién llegados. Curioso políglota que siendo español, en la bretaña francesa y hablando con italianos, intentemos entendernos en inglés. Mejor no te cuento el resultado…

Roscoff, un destino al que, en teoría, tenía que haber llegado el día anterior pero ya conoces el motivo del porqué no, me había llamado la atención. Leí que era considerado el Finisterre español. Al aproximarme ya daba la impresión de ir abandonando los densos paisajes llenos de árboles para sustituirlos, poco a poco, por inmensos prados de plantas bajas, cinceladas por el viento constante de la zona. Roscoff, construida en una península abierta sobre el canal de La Mancha (justo encima está Gran Bretaña), tiene enfrente la isla de Batz, y más que parecido a nuestro faro coruñés, podemos decir que es el pueblo bretón más británico. Un caso histórico recomendable con una fachada marítima de fantasía, brota aún el espíritu de los corsarios, los contrabandistas y los negociantes. Todo esto, lo puedes imaginar mientras reflexionas sobre las llamativas mareas que dejan centenares de metros de costa sin una sola gota de agua.

Desde Pospoder, inicio de una ruta que incluye a Breles, Le Conquet y el faro de Saint Mathieu, os escribo este artículo, aparcado cerca de “Le Chateau de Sable” y al comienzo de la península de Saint Laurent. En el próximo os cuento que tal fue la aventura, pero el viento que sopla y el sol poniéndose, anticipan una noche de las auténticas en Autocaravana Vivir.