De ría en ría por Galicia hasta la Costa da Morte.
Leopoldo Bernabeu
Prosigo mi periplo, ahora ya completamente adentrado en la costa gallega de sur a norte, la inmensa, sorprendente y, en ocasiones, paradisíaca costa de Galicia, tan peligrosa como exuberante. Tan adictiva como los polos que se atraen y tienen tiempo para rechazarse. Una aventura constante.
Recuerdo que cerré el ordenador frente a las Islas Cíes antes de salir a recordar el aroma y el sabor de las calles de Baiona, la ciudad señorial con la que se inicia la ría de Vigo, en la que ya estuve hace un par de veranos y en la que quedé prendado por el bullicio de sus calles y la oferta de su enigmático casco antiguo. Entonces visité el castillo de Monterreal y otra sorpresa, no menos atractiva, me tenía preparada en esta ocasión esta monumental y turística villa, darme de frente con uno de mis referentes en el periodismo, don Pedro G. Cuartango, un doctor en esto de la escritura, tan señor en el trato como en el contenido de su infinita sabiduría. La visita empezaba de la mejor manera.
Volví a recorrer su bahía el tiempo suficiente como para saber que esa noche de principios de agosto apuntaba maneras y que los señores del tiempo no se equivocaban con el cambio de temperatura. El saber no ocupa lugar, aprendí la lección y pude dejar la Autocaravana mucho más cerca del casco histórico que la vez anterior, perfecto para regresar justo en el momento de emborracharme con la hegemónica puesta de sol en las tierras del fin del mundo… y abrigarme lo suficiente como para volver, ahora sí, a la playa que hay junto a la ladera del castillo y disfrutar de mi primer concierto de verano. No sé ni que cantaban, era bastante horrible, pero el marco lo equilibraba todo. De noche, con brisa, en la arena de la playa y bajo la luz de la luna, ¿qué más daría lo que cantasen?
Proseguí por el casco antiguo hasta encontrar una poderosa ensalada acompañada de un curioso crepe salado, y poder volver, ahora sí, de manera definitiva a mi Autocaravana para poder disfrutar de una noche de edredón escuchando las olas del mar frente a las islas cíes.
El nuevo amanecer no tenía sorpresas para mí, conocía el recorrido, aunque en esta ocasión disfruté mucho más los kilómetros de costa que unen Baiona con A Guarda. No sé explicar el porqué, pero no lo recordaba tan bonito y tan iluminado. Tres horas viendo como rompen las olas del Atlántico junto a la rocosa costa que conduce hasta el monte de Santa Tecla, cruzándome con decenas de peregrinos que han elegido este camino para rendir pleitesía al aposto Santiago, es otro de esos momentos que dan sentido al viaje y me recuerdan que la rutina es el principal alimento de la melancolía.
Tocaba plegar velas y proseguir por la manuscrita ruta de viaje, esa que se cumple muy poco pero que sirve de guía. Sabiendo que soy anti grandes ciudades, propuse que mi nuevo destino sería Moaña, desde donde podría ver toda la ría, estar más cerca de las Islas Cíes, visualizar la estructura de Vigo sin entrar y disfrutar de las decenas de mejilloneras que jalonan todas las rías que he visto hasta el momento. Moaña es un lugar simpático que te recibe con un buen sitio donde poder aparcar, algo que no sucede en muchos otros lugares. Peor para ellos.
Comí frente a la ría en un lugar cuya calidad se compensaba con el precio y, sobre todo, con el trato, magistral. Leo en el periódico que en Galicia tienen los mismos problemas para encontrar personal en la hostelería que en Benidorm, planteando una idea sorprendente al gobierno gallego que me reservo para uno de mis artículos más políticos.
Continúo hasta Cangas de Morrazo, bonito por fuera e imposible de visitar por dentro, por aquello del aparcamiento. Decido entonces que quiero visitar San Andrés de Hío, con una iglesia parroquial en cuyo atrio se eleva el cruceiro más famoso y requintado de Galicia en el que se representa el Descendimiento. Mi gozo en un pozo. Entre el Gps que sigue haciendo de las suyas y que resulta inviable poder aparcar, sigo el camino hasta Donón.
No siempre es malo quedarse sin cobertura. Paré a la entrada de este minúsculo pueblo a la vista de la estrechez de sus calles. Pregunté a un parroquiano y encontré mi suerte diaria, a tan sólo unos centenares de metros se situaba uno de esos paisajes que alteran todos los sentidos. Pude aparcar en lo alto del Cabo Home, lugar elegido por los dioses para despedir el sol cada atardecer.
Paralizado por la visión y atado al silencio de la soledad y la falta de cobertura, saqué mi silla y me dediqué aplaudir en mi interior por tener tanta suerte. Nadie debería irse de este mundo sin contemplar ese momento. Justo al apagarse el sol, lo celebré con un buen homenaje en el coqueto restaurante que había a mi espalda y en el que el trato no podía ser mejor. Noche par recordar. Con la ventana abierta y vuelto en la cama hacia mi derecha, la brisa marina, la montaña, la oscuridad y los faros de las Islas Cíes, hicieron el resto.
Al despertar tenía dos posibilidades, el Monte Do Facho, que siempre fue vigía frente a piratas y acoge un castro y un santuario galaico-romano, o marchar hasta los cabos de Home, Fuxiño y Robaleira. Como sé que volveré, escogí la segunda opción, y durante las siguientes dos horas pude certificar que España es una pasada y Galicia un descubrimiento constante. Unas playas de ensueño casi vírgenes, a las que no es fácil llegar, y quizás por eso alguna es nudista total, se entremezclaban con pistas forestales rodeadas de grandes pinos y una gama de colores verdes que, en contacto con el sol del mediodía, se convierten en eléctricos, insuflando una sensación de vida que se transmite a la energía de unas piernas que sólo quieren continuar. No olvides visitar las playas de Melide y Barra cuando vengas por aquí.
El sendero me devuelve a Vivir y empieza una nueva aventura. Carreteras demasiado angostas me impiden llegar a donde quería, en ocasiones por falta de espacio como Beluso y en otras por exceso de gente como Combarro. Sin problema, sigo disfrutando del camino que me lleva por Sanjenjo hasta la playa de A Lanzada, a la entrada de la península de O Grove. Lo que parecía tan sólo un gran aparcamiento, con el paso de las horas se convierte en la fonda de casi 60 autocaravanas que decidimos que este es un magnífico lugar para pernoctar. Pero antes toca salir a conocer, más bien a recordar la zona, porque ya estuve por aquí en un par de ocasiones.
Decido recorrer a pie la península de O Grove por el lado de San Vicente. En seguida me doy cuenta de que esto es mucho más grande de lo que parece, y casi tres horas después regreso por fin a Vivir después de haber traspasado la península de una punta a la otra, reservando el plato fuerte para la mañana siguiente.
Está a punto de ponerse el sol y estoy a pocos metros de un estupendo arenal. Cojo una bolsa de quicos, encuentro una cómoda silla, me abrigo con una chaqueta de chándal y ahí que me planto para poder ahora contarlo. Otra puesta de sol con acento gallego. Un aire toda la noche que ha oscilado entre intensa brisa y fino viento, me obliga a recuperar el edredón y cerrar la ventana. El libro de Aldo Linares y el podcast de Caverna de Ánimas ponen el punto final a otro intenso día.
Quería madrugar porque empiezo acomodarme tras siete días de viaje. El viento no ha bajado y el frío matinal nada tiene que ver con la costa mediterránea. Manga larga y a caminar, ahora sí, en dirección a la isla de la Toja. El recuerdo de mi madre es intenso, su imagen está todavía más presente de lo habitual. Estuve aquí en mi viaje de fin de curso hace 39 años, y si aquello pudo ser fue gracias a la educación y el esfuerzo de unos padres que, con cinco hijos, nunca lo tuvieron fácil. Sólo el tiempo termina poniendo las cosas en su sitio, y a mi me parece de justicia darles las gracias eternamente. Un beso mamá.
Llego al puente que une La Toja con O Grove y bordeo el islote por completo. Dos horas y media después estoy de vuelta en mi casa rodante y sentado sigo escribiéndote estas líneas mientras contemplo como se vuelve a llenar este inmenso parking con decenas de familias que han decidido pasar este maravilloso domingo en esta espectacular playa de A Lanzada. Seguimos.