De la época medieval y el frío del norte, al calor y las historias marítimas del oeste bretón.

LEOPOLDO BERNABEU

El viaje se ralentiza y yo lo agradezco. Es otro de los capítulos que tenía que llegar. No he dejado de recorrer lugares y sigo haciendo kilómetros de vida dentro de este magnífico apartamento de carretera. Pero noto cambios, tanto en mí como en lo que veo. Son ya dos semanas y la temida L hace su aparición por momentos, aunque la edad y algo de experiencia consiguen que se vuelva a convertir en V. Los viajes también son para compartir y sólo os tengo a vosotros, testigos de lo que veo, aprendo y cuento, lección de vida para seguir disfrutando y conociéndome. Es la otra parte de este tipo de aventuras, la que no se suele contar, pero que existe, está muy presente, y a la postre, es la que de verdad queda como poso de un viaje excepcional, diferente, que consiguió cambios de verdad…

Al acercarme a Roscoff ya percibí que el paisaje variaba, pero fue Porspoder quien me dio la el primer balance de una nueva temperatura. Dejé de ver lugares medievales llenos de sorpresas e imágenes que transportan a escenarios de película, para adentrarme en lugares maravillosos pegados al océano Atlántico, justo en el codo del mapa francés, ahí donde la Bretaña se convierte en el más lejano punto del oeste galo. Vegetación llana, matorral curtido por los vientos salitres llegados desde Terranova e iglesias cuyos homenajes son ahora para los caídos en el mar y no en las guerras. Aunque no hay un solo municipio, otra de las facetas que quiero destacar, que no rinda homenaje, con nombres y apellidos grabados a cincel, a todos y cada uno de sus vecinos caídos en actos de honor. El respeto y el recuerdo son tarjeta de presentación por donde vayas.

Porspoder no es más que una simple línea, junto a Bresles y Le Conquet, de una hoja de ruta que leí y apunté, pero me llamó la atención. Nada que ver con el norte de la región, sé que sigo en Bretaña porque en el mapa lo dice, pero nada tienen que ver las zonas entre sí. Se terminó gran parte de la arquitectura y mucha de las historias de guerras ancestrales, para escuchar y oler historias de mar. Llegué con Autocaravana Vivir y me gustó tanto el lugar, que las caminatas por sus senderos me atraparon como la roca al mejillón. El GR34, uno de los mejores inventos del oeste bretón, es una ruta que te permite disfrutar, con caminos perfectamente señalizados, de las mejores vistas de acantilados, faros, islas y el inmenso mar, hasta que te hartes de ver y caigas rendido de caminar.

Los tres municipios pertenecen al curioso departamento de Finisterre, en el mar de Iroise, cerca de la punta de Córcega, límite geográfico entre el Canal de la Mancha y el océano Atlántico.

Después averigüé que el pequeño y simpático Porspoder, además de retenerme más tiempo del previsto, cada vez suma más puntos la calidad del lugar para dormir que el propio destino a visitar, tuvo un importante papel en la revolución francesa, además de tener un visitable patrimonio arquitectónico y un coqueto cementerio junto al mar. Durante las rutas por sus senderos, te maravillas con los islotes, sus estrechas calas, el empuje de las mareas y la visión de la Isla Melón y la Punta de Garniche. Allí me quedé hasta que di carpetazo a “La Chica del Tren”, un libro intrigante hasta el final y muy recomendable.

La misma paz y tranquilidad, el olor a mar al bajar la ventanilla, el paisaje sublime y la soledad en sus playas y dunas, fue lo que disfruté en el corto camino que hasta Le Conquet me llevó. Esperé con acierto que cayera la tarde para acudir al lugar previsto. Acerté, un maravilloso parking junto a una paradisíaca playa, como no había visto ninguna hasta el momento, me esperaba. Desde allí mismo descubrí, tiene tela la cosa, que estaba en la península de Kermovan y que tenía que cruzar un inmenso puente si hasta el pueblo quería llegar. No esperé más para descubrir un puerto pesquero de la más típica Bretaña que dejaba entrever a lo lejos una bahía salpicada de pequeños islotes, que al anochecer se convertían en un espectáculo de luces en alta mar. 

Estaba sin saberlo en medio de dos lugares separados por una inmensa roca con faro incluido que dejaba a mi derecha la primera playa en la que me he bañado en Francia y al otro, el pueblo de Le Conquet desde el que a través del GR34 fui caminando hasta la famosa punta de Saint Mathieu. 

Después de una de esas rutas con las que se recuperan años de vida y un baño en la atractiva playa de gélidas aguas, Autocaravana Vivir y un servidor pusimos rumbo hacia otra península, la de Corzon, cuya capital fue sólo testigo del tiempo que empleamos para comer, pues poco más porque nada que contar tiene esta pequeña ciudad que, en cambio, es el inicio del camino que se bifurca hacia la playa de Morgat y hacia el marítimo pueblo de Camaret. 

Antiguo puerto famoso por la pesca de la sardina, Morgat es hoy un pequeño pueblo enfocado al turismo, consiguiendo con ello y con sus años de tradición, tener un ajetreo muy importante. Las mansiones de grandes familias parisinas de antaño dan lustre a lo que en su día fue esta villa, con una playa catalogada entre las más bellas de Europa y el nombre de Eiffel merodeando por las mentes de sus visitantes, pues también allí dejó su impronta este brillante arquitecto de nombre universal.

Camaret, en cambio, es lo que podríamos llamar un resumen de la Bretaña. Enclavada en la parte alta de lo que es la gran cruz que la península de Crozon dibuja en el mapa, se compone de unas animadas calles junto a los muelles, amenizadas por casas de colores y la singularidad de una capilla de Notre-Dame enclavada en un no menos curioso y ancho espigón, un saliente de tierra que hace de boca de mar. La península en su conjunto está dentro de un parque natural y se puede hacer senderismo por casi todos lados. 

El famoso GR34 se hace aquí todavía más sorprendente. Hasta el Fort de la Pointe des Espagnols me he venido a dormir, el extremo de esta península, y es que los españoles somos así, quedando enfrente la ciudad de Brest, separados por una inmensa lengua de mar, y a mi izquierda el Pointe de Saint Mathieu. Sí, el mismo de esta mañana. Pero es que para llegar hasta aquí había que hacer un rodeo de casi 100 kilómetros. La noche se presenta bonita, aunque no sé si igualará a la impresionante luna llena que anoche me atrapó por completo. Ya te contaré.