Bordeando el río Miño en dirección a las rías gallegas.

Leopoldo Bernabeu

Sólo la constatación que me garantiza el calendario, me confirma que acabo de cumplir el cuarto día dentro de Autocaravana Vivir. La infinidad de sensaciones acumuladas en estas primeras 96 horas me hacen pensar que son muchos más. Se reafirma lo que ya sabemos, el tedio es el culpable de que nuestro tiempo, el único valor seguro que tenemos todos por igual, se convierta en verdadera rutina. Romper esa monotonía es la mejor medicina para tener una vida plena. Viajar es mi fórmula mágica, nunca falla. En Autocaravana Vivir se añaden los complementos que aporta la adrenalina. No conocer tu destino y los misterios que incorpora el lugar elegido, son válvula de escape para completar una salud de hierro.

Apagamos el flexo del último artículo dentro de Vivir pasadas las diez de la noche en Ribadavia, escribiendo bajo un enorme pinar con el influjo de la luna llena llamando a la puerta y el sonido del río Miño en lontananza mezclado con una suave brisa, que al estar en el interior de Galicia y pasadas las horas, se convirtió en un interesante fresquito y me obligó a recordar donde estaban las sábanas, las colchas y los edredones. Los ataques de frío a media noche son muy malos…

Decidí que a pesar de las horas, el cansancio del día y del viaje, era el momento de salir a conocer el casco viaje de esa villa histórica de la que tan bien había oído hablar. Fue un acierto. La noche, la luz de la luna llena, las angostas calles, el medievo por todos lados y las luces anaranjadas de las farolas, eran el escenario perfecto que no conseguiría descubrir a la mañana siguiente por mucha imaginación que le pusiera. Famosa por su antigua judería y sus vinos, la llamada capital del Ribeiro, que ocupa el margen derecho del río Avia y contempla desde sus partes altas la fusión con el Miño, Ribadavia es un lugar que merece la pena saborear. Es lo que hice, todavía me dio tiempo a cenar junto a su templo medieval y la iglesia de Santiago.

De nuevo las primeras luces me alertan de que es hora de seguir conociendo el lugar. Un cartel me indica que estoy muy cerca de la fusión de dos ríos y que por su lateral discurre el “Camiño do Viño”. Casi tres horas después llegó a la conclusión de que es una maravilla caminar viendo el transcurrir de las aguas del Miño, pensando como fueron hace cientos de años esos caminos que comunicaban entre sí a todos los agricultores de las viñas cuyos vinos son ya patrimonio gastronómico de Galicia y que tanto gustan por toda España. La visita posterior, con más calma, por su casco histórico, me depara la sorpresa de un precioso cementerio enclavado bajo el monte que lo cobija. Los camposantos son mi debilidad y en Galicia están los mejores de España. Sólo me falta encontrarme con la Santa Compaña, porque Meigas aunque todavía no he visto, sí he visitado...

Mi propósito es estar en menos sitios y pasar más tiempo en ellos, pero esa cultura todavía no la he aprendido bien. Emprendo viaje hacia Tuy, primera población que encuentran los portugueses al entrar en España por el norte viniendo desde Valença do Miño, y lugar de inicio para los peregrinos que hacen el Camino portugués de Santiago. El casco antiguo semeja una acrópolis coronada por su catedral-fortaleza románica. Cualquiera de sus muchas panorámicas, nos conducen hasta el enorme río Miño, que ya enfoca su recta final hacia el Atlántico con el monte Do Faro al fondo.

Aún tengo tiempo para encontrar la ubicación perfecta y luchar por tener otra noche de ensueño. Y valla que si lo consigo, aunque no a la primera. Me dirijo hacia A Guarda, extremo suroccidental de Galicia, donde ya visité en su día el Monte de Santa Tegra, pero al que me hacía ilusión volver. Fue el primer destino que elegí para este nuevo viaje y desde ahí intentar recorrer toda la costa de Galicia hasta Ribadeo en Lugo, frontera con Asturias. ¿Lo conseguiré?

La aplicación me lleva por el centro de A Guarda, algo que no me gusta, pero enseguida me saca llevándome a un bonito lugar frente al embravecido océano atlántico. No me convence y escojo el plan B, la playa de Ou Miñao, el mejor de mis aciertos hasta la fecha. He dormido con las ruedas casi en la arena, bajo el influjo de la luna llena, con un iluminado Portugal en frente y disfrutando de las mareas de la desembocadura del Miño. Un día completo, pues después de dormir con el edredón por encima y no es ninguna broma, la caminata matinal también ha sido para el recuerdo. He dado la vuelta completa al monte de Santa Tegra, volviendo a recorrer por completo el casco urbano de A Guarda, viendo las impresionantes olas del Atlántico a mi lado y bordear el sendero que lleva, bajo una enigmática pinada, hasta el final de España por la costa, descubriendo unas playas y calas medio vírgenes que obligaban a disfrutar de la vista durante largo tiempo. 

Volver a la Autocaravana, ponerme el bañador y darme el primer baño en las gélidas aguas del Río Miño, ha sido todo uno. El paisaje es tan espectacular que me cuesta emprender el vuelo. Pero “El Norte de España en 50 Viajes de un Día” me recuerda que me quedan muchos lugares por visitar: Moaña, Cangas de Morrazo, Cabo Home, Beluso, Combarro, O Grove…… y mientras todo esto diseño, aparcado frente a las Islas Cíes en Baiona redacto estas líneas que espero te hayan gustado tanto leer como a mí me han despejado el alma para poder ahora volver a llenarla de imágenes y sensaciones.