4 Rías, 400 kilómetros, 4 sentimientos.
Leopoldo Bernabeu
Aparcado en lo alto de una loma a escasos cuatro kilómetros del lugar que en su día se denominó el fin del mundo, el cabo de Finisterre, vislumbro el atardecer de mi noveno día dentro de esta maravilla rodante que es Autocaravana Vivir, con la incertidumbre de si recorrer los cuatro kilómetros que me separan de esa mágica puesta de sol o esperar a que amanezca un nuevo día y ser entonces cuando alcance el fin de la tierra por occidente. En el siguiente capítulo lo sabremos.
Lo que sí es un hecho es que han sido en torno a 400 kilómetros los que desde A Guarda, el extremo suroccidental de Galicia, frontera con Portugal del que sólo nos separa el río Miño, hasta aquí, lugar en el que siguiendo la ruta hacia el norte empieza una nueva experiencia, ya puedo decir que he recorrido la huella que dejó la mano derecha de dios, con los dedos extendidos, al descansar en su séptimo día después de crear el mundo, las rías bajas gallegas.
Cuatro rías en siete noches tan dispares en sus contenidos como deliciosas en su deambular.
Baiona, puerta de entrada a la ría de Vigo es todo glamour y olor al verano más clásico, el de antaño. Donón, en lo más alto del Cabo Home bifurcando las rías de Vigo y Pontevedra, es la parte salvaje y mágica de la Galicia más auténtica. La Playa de A Lanzada, puerta de entrada a la ría de Arousa y la península de O Grove con su Isla de La Toja, es la imagen del verano de sol y playa que señala una España global dejando atrás los estereotipos. Aguiño, el extremo que despide la ría de Arousa y da la bienvenida, a través de las dunas de Corrubedo, a la ría de Muros y Noia, es la viva imagen de la Galicia urbana y rural con sabor a mar y tradiciones ancestrales. Y Muros, donde he pasado mi última noche hasta hoy, es una villa muy conservada, que hace de punto intermedio entre extensos arenales y poderosos acantilados que anuncian la llegada de nuevos espectáculos visuales.
Puse el punto y final a mi último artículo felizmente aparcado en el inmenso parking de la playa de A Lanzada después de caminar la isla de O Grove por cada una de sus esquinas. Me llegó entonces la fatal noticia del fallecimiento de una de mis más queridas tías, y es por eso que este artículo se lo dedico a ella, a la Primi. Un beso allí donde estés.
Hasta ese día había dormido, quien lo iba a decir, con el edredón por encima cada noche. A partir del domingo el tiempo ha cambiado. Mi siguiente destino era Cambados, adonde llegué pasado el mediodía con un calor sofocante. Descubrí que estaban celebrando la fiesta del Albariño y que por la mañana había estado Feijóo. Dejar que caiga el sol y visitar entonces su famoso casco histórico era la mejor idea, algo que ya hice hace algunos años, por lo que comí muy bien atendido y proseguí la ruta. La idea era poder parar en Carril, por aquello de las almejas, o en Cabo de Cruz dentro de su propia península, incluso en O Pobra do Caramiñal, nombre que se me quedó grabado desde que aquel hijo de su madre asesinó a Diana Quer. Pero por diversos motivos, la gran mayoría por falta de aparcamiento, decidí seguir, teniendo siempre muy claro que el viaje siempre es mejor que el destino y mis retinas se llevaban las mejores imágenes de toda esa ruta que siempre he realizado por el interior de las poblaciones.
Estoy teniendo mucha suerte en este viaje y ese día no iba a ser menos. Un coqueto y cuidado lugar en el pequeño embarcadero de Aguiño, me estaba esperando. Éramos varios los afortunados. Esa misma mañana se había celebrado la fiesta del Percebe, con miles de encantados probadores que no dejaron ni uno para los más retrasados. Pronto percibí que aquel lugar tenía su encanto.
Rodeado de muchos islotes que semejaban el esqueleto dormido de un enorme animal de la prehistoria, el sol empezaba a ponerse y la conjunción de momentos amenazaba con un nuevo paisaje de espectacular dimensión. Alcancé a través de la unión artificial de varios islotes un lugar que merecía sentarse a respirar y reflexionar. Son momentos que te regala la vida y que no se deben dejar pasar.
La nueva semana empezaba con un amanecer perfecto en el que el sol, la brisa y la temperatura sólo esperaban un recorrido acorde con la ocasión. El camino que por la costa une Aguiño con las dunas de Corrubedo, previo paso por la laguna del Carregal y el avistamiento ornitológico de Vixán, pusieron el resto. Otra aventura para sumar a la mochila y poderla ahora contar. Un buen café, una buena compra, una visita al mercadillo y una necesaria limpieza de Vivir, son el pistoletazo de salida del siguiente capítulo. Imágenes de ensueño estaban por venir. La sorpresa continua es el gran titular de este viaje.
La carretera que bordea la parte sur de la ría de Muros y Noia es un conglomerado de imágenes que ponen en peligro a cualquier conductor que decida empaparse de ellas. Y así hasta llegar a Porto do Son, ese lugar que tenía marcado en la hoja de ruta porque siempre quise visitar el lugar de nacimiento de Ramón Sampedro, aquel tetrapléjico que abrió el gran debate de la eutanasia en España y que hace ya 25 años consiguió su propósito de pasar a mejor vida. Mar Adentro, la película protagonizada por Javier Bardem, le rinde cumplido homenaje.
Además, la playa de Aguieira en Porto do Son, es uno de esos arenales que paralizan la respiración. Decidí visitarlo y comer allí. Es un lugar, un caserío muy bien conservado. La siguiente parada es Noia, la otra población que da nombre a esta última ría. Atravesada por ríos y puentes, y con una presentación muy señorial, tiene un espectacular casco antiguo, salpicado por palacios y templos medievales. El cementerio alojado dentro de una de sus más preciadas iglesias, es digno de ser visitado.
Aún con todo, estaba convencido de que la suerte podría volver a jugar a mi favor una vez más. Y de nuevo volví acertar. Un pequeño lugar de tierra junto a un bonito parque, pegado a un extremo lateral de la ría y con la villa de Muros delante de mí, me habían elegido. Empezaba a caer la noche cuando aparqué en mi nueva morada. Era tan espectacular lo que veía que todavía tuve tiempo de dar una última caminata y empezar a saborear el encanto de Muros, una villa muy bien conservada, con un amasijo de calles románticas, un paseo marítimo por el que pasear de día y, sobre todo, de noche, y una ría que ofrece mareas realmente espectaculares, además de una panorámica que debe quedar reflejada en la retina de cualquier máquina fotográfica.
Al amanecer y salir a caminar, mejor método para conocer, contrastar y descubrir, certifiqué que no sólo tenía razón, sino que me había quedado corto. Salir de Muros en dirección Louro, es saborear unos paisajes de mar y montaña, verde y azul, playas y acantilados, que hipnotizan el tiempo. El recorrido te lleva hasta unas playas que ya están apuntadas en mi diario para cuando vuelva.
Voy a ver que hago, el sol todavía está alto y esto es Galicia. Son las 19.40 h y la puesta de sol todavía queda lejos. Sé feliz, vive. Hasta el siguiente capítulo.