23J: el principio de Peter y la depuración de la mediocridad
Por Alfonso Merlos, Presdente del Grupo "El Mundo Financiero"
Es fácil encontrar un periodo en la historia reciente de España de dirigentes políticos -la regla, con sus correspondientes excepciones- tan extraordinariamente mediocres. Es sencillo y rápido porque no hay otro, no existen precedentes en democracia. El hecho es que, de una manera u otra, y especialmente en los últimos años los de huella antisistema y neocomunista, se han apoltronado en las instituciones con la ayuda del voto popular y se han presentado como lo que son: unos auténticos ineptos.
Pero no se trata de un simple problema de imagen sino de daños y perjuicios al interés general de España y a los intereses particulares de los españoles. Es la quintaesencia y manifestación palmaria del ‘Principio de Peter’ o ‘principio de incompetencia’, que se basa en el estudio de las jerarquías en las organizaciones modernas, y que se traduce en que a las personas que realizan bien su trabajo se las promueve a puestos de mayor responsabilidad hasta que llegan a uno en el que no pueden ni siquiera formular los objetivos de su tarea porque exhiben, en efecto y a veces dramáticamente, su ineptitud.
Aquí, cuando hablamos de la excajera y pronto exministra Montero, ni siquiera se puede decir que son personas que han promocionado por haber destacado haciendo bien las cosas, porque ni siquiera han dispuesto de oficio ni beneficio previo hasta llegar a las tarimas en las que han quedado como Cagancho en Almagro; y así van a salir, a almohadillazos, cuando concurran a las elecciones del 23J… los que concurran.
Ése, sin duda, es un efecto benéfico que tiene ya el adelanto electoral. No sólo el de que salgan de las listas de algunos partidos -no sólo del morado- sujetos que jamás deberían haber ostentado un cargo público y una alta responsabilidad, sino el de que los ciudadanos, con su derecho al sufragio, puedan llevar a cabo una depuración de los elementos residuales que corroen la vida pública, que la manchan, que contribuyen a su degeneración y a su total decadencia. Porque no sólo pierde el Estado: lo hace la sociedad, cada empresa, cada familia… es el conjunto de la población -salvo las castas políticas- quien ve castigado su progreso, su prosperidad y su capacidad de generar riqueza.
El principio de Laurence J. Peter, que tiene sus precedentes en algunos escritos de Ortega y Gasset referentes a la calidad de los empleados públicos, tiene su corolario y su secuela en otro fenómeno del que también hemos sido víctimas en los últimos tiempos: el incremento de personal en las organizaciones se hace, con frecuencia, para que personas a las que se supone competentes puedan poner remedio a la incompetencia de otros, ayudando así a mejorar la eficiencia de la organización.
¿Alguien duda de que éste es el fiel retrato de la España que hemos padecido en pleno crecimiento alocado y excesivo de cargos políticos, de la grasa política que sólo se ha podido y se puede mantener mediante el expolio del contribuyente? ¿Alguien duda de que la democracia nos ofrece pocos mecanismos de defensa, como el 23J, para la respuesta y la contención frente a los inaceptables, continuados y graves abusos de los otrora elegidos? ¿Somos conscientes de lo mucho que nos jugamos en cuatro semanas… y de que puede ser “nuestra última oportunidad”?